Compromiso: el Dorado post-moderno

Maite Sáenz30 septiembre 20249min
Por Yolanda Romero, coordinadora del Campus IA+Igual.- El compromiso, definido según la RAE, es una obligación contraída, el valor de la palabra dada, un acuerdo pactado. Algunos sinónimos o afines que menciona son el deber, la responsabilidad, un contrato, una promesa… ¡Uff! ¡Cuánta palabra anacrónica para estos tiempos llenos de derechos artificiales! El término “obligación” hoy solo suena a imposición, olvidando que es la contrapartida del “derecho”; lo de “palabra dada” suena a honor trasnochado más que a hacer a honor a una reputación; y lo de promesa, bueno eso ya suena a utopía o a relato de storyteller más que a un contrato contigo mismo y con otros.

 

Compromiso viene del latín “compromissum”; cum (junto) y promissus (promesa), algo así como “comprometidos juntos” de ahí lo del acuerdo pactado, recíproco, si hablamos del mundo laboral, del empleado con la empresa y de la empresa con el empleado. En cualquier caso, en ambos casos requiere de voluntad para cumplir con lo pactado, de auto vigilancia, de hacer las cosas porque es lo correcto sobre todo cuando la cosa se torna complicada.

Y es que no son buenos tiempos para el compromiso; sin embargo, estos tiempos necesitan del compromiso si quieren ser buenos. No son buenos porque el compromiso tiene un coste de oportunidad alto, porque en un contexto de multiopcionalidad comprometerse con algo, sobre todo a largo plazo, es percibido como una pérdida de oportunidades, pues implica tomar consciencia de lo que dejamos a un lado, de la renuncia. A la vez hemos de arriesgar, apostar por un camino que, por cierto, no nos garantiza esa “felicidad constante” tan deseada, y encima requiere esfuerzo y en muchos casos rutina.

Entiendo el compromiso como un signo de responsabilidad elegida y voluntaria con uno mismo y/o con otros a través de un “contrato mental”, como un motor que nos permite llegar a unas metas, generalmente a largo plazo, que nos hacen más fácil aceptar y realizar esfuerzos en el corto, aplicar una disciplina y hacer lo que hay que hacer, aunque no nos guste, y esperar la recompensa después. No me engaño, la definición suena obsoleta, costosa e incómoda, no vende, pero sin embargo todos ansiamos reducir la incertidumbre, buscamos la seguridad, la tranquilidad que nos da un compromiso, a todos nos gusta que la gente haga su trabajo, que se comprometa con su parte, que haga lo que dijo que iba hacer, que sea coherente.

 

Hay algo aspiracional y profundo en el compromiso que mueve al individuo, y por eso las empresas van en busca de ese “Dorado” tan preciado por su capacidad de movilización, perseverancia y vínculo. Y las personas van buscando un propósito con el comprometerse y dar sentido a su esfuerzo. El compromiso nos conecta.

 

Pero la realidad es tozuda, el absentismo ha crecido como la espuma desde la pandemia, es difícil fidelizar al empleado, las expectativas incumplidas generan rotaciones excesivas, fugas de talento, desconexión y dejadez. Y es que el mundo de la empresa es un reflejo de la sociedad, donde actualmente juegan algunos factores que no favorecen el compromiso, de hecho, lo minan. Vaya por delante que no es una generalización y no es la realidad de todo el mercado, pero siendo realista comienza a ser algo preocupante:

  • Desprestigio de la disciplina y la voluntad: No son precisamente populares y, por supuesto, han de ir acompañados de un esfuerzo inteligente, pero parece que este esfuerzo que hay detrás de ambas es una idea erigida en el del siglo XX y ya decadente. Se vende el éxito sin esfuerzo, se enseña el resultado, pero no se habla de lo que ha costado, generando una falsa expectativa de facilidad, dejando a muchos frustrados y a otros eternamente buscando recetas exprés que no existen.
  • Yo, yo y luego yo; narcisismo: ¡Y Narciso cayó al estanque, embelesado por su belleza! Es increíble la actualidad de este mito. El «Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales», más conocido como DSM en EE. UU, eliminó recientemente el narcisismo como trastorno de la personalidad, y como justificación los médicos alegaron que como los rasgos de este trastorno se han normalizado tanto, se ha desdibujado el umbral entre la enfermedad y la normalidad. Las posibilidades que ofrecen las redes de crearse un autorelato a medida para ser relevantes es una fiesta para el ego, que en la dosis adecuada es buena, pero que en exceso se torna ego-ismo y ego-latría, no da importancia al otro a no ser que sea generador de un like. El compromiso es solo conmigo mismo, así que trasladado al mundo empresarial está provocando un empobrecimiento del trabajo en equipo porque el objetivo colectivo no es un reclamo suficiente.
  • Escepticismo: Descreimiento construido a base de decepciones y falta de vínculo con un futuro que pinta complejo. ¿Para qué esforzarme si luego “los otros” no se comprometen, si nada va a cambiar? En algunos casos deriva en desidia, en otros casos en victimismo, y como todos los -ismos, mejor evitarlos ya que viven en los extremos.

Es posible que peque de ingenua, aunque prefiero pensar que soy inconformista con esto de que el compromiso está herido de muerte, así que ahí van algunas sugerencias para trabajar el compromiso a nivel personal, viables, pero no inmediatas:

  • Exigirte coherencia personal, cumplir con la palabra dada, con el acuerdo pactado. Eso también afecta, y mucho, a nuestra imagen, nuestra reputación, a la confianza que generamos y a la fiabilidad que transmitimos. Si la otra parte falla, decide y acciona, el compromiso no es eterno, pero mientras dure el pacto lo habrás cumplido.
  • Discernir metas a largo y a corto, pero sobre todo que sean realistas: Así de sencillo y de rutinario. Aunque me encanta la palabra propósito y su significado, creo que confunde, parece que tenemos que buscar nuestra propia “piedra filosofal”, emprender una cruzada personal con el peligro de perderse en ella. Prefiero hablar de construir un camino propio y eso es la consecuencia de decidir, planificar, organizar y accionar; o lo que es lo mismo, tomar responsabilidad y hacerse cargo. Y el camino es, como decía el entrañable Forest Gump, una caja de bombones, no sabes cuál te va a tocar.
  • Trabajar la voluntad: Pues no, no es divertido, suena a “pestiño” del bueno, y en muchos casos lo es, pero doblegar la voluntad fortalece la mente y ésta está a nuestro servicio.
  • Poner el foco hacia fuera: Deja de mirar tu reflejo, abre la mirada, pon la mira en el equipo, en el colectivo, quizá descubras más sobre tu propio compromiso.

Las organizaciones también han de revisar algunos aspectos para demostrar compromiso recíproco si quieren que la gente “lleve los colores”:

  • Seleccionar talento con tendencia natural al compromiso, y esto significa darle una vuelta al proceso de selección. El compromiso no es una competencia, es una disposición personal compleja de identificar.
  • Coherencia del relato estratégico con los objetivos, acciones y decisiones en la operativa para fidelizar. En caso contrario se alimenta el escepticismo interno.
  • Evaluación de desempeño: Que sea meritocrático (de verdad), que valore al talento que ayuda a la consecución de objetivos y resultados y hace equipo, no al que únicamente es hábil manejándose en la política interna.
  • Estilo de liderazgo orientado a construir equipos y reconocimiento de talentos, aunque le hagan sombra.

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