La urgencia de pertenecer: una mirada sobre inclusión, liderazgo y seguridad emocional en las organizaciones

Annick Catarino1 septiembre 20256min
A lo largo de la vida profesional, muchos de nosotros hemos pasado por entornos donde nos hemos sentido acogidos, valorados y en verdadera sintonía con el grupo. En esos espacios, normalmente, se forman amistades duraderas y lazos que trascienden el ámbito laboral. Sin embargo, también es común vivir situaciones en las que la sensación de pertenencia puede fallar; momentos en los que, a pesar del esfuerzo, nos sentimos fuera de lugar, invisibles o simplemente desconectados.

 

En esas circunstancias, surge un desafío fundamental: ¿hasta qué punto podemos mantenernos alineados con nuestros valores en un entorno donde no nos sentimos realmente integrados ni bienvenidos? Y cuando nos damos cuenta de que no existe un espacio real para el cambio, ¿cuál es la mejor decisión? Muchas veces, la opción más saludable es buscar nuevos espacios que estén más alineados con quienes somos, no por rendición, sino por respeto a nosotros mismos y a nuestro bienestar.

Por eso, cuando hablamos de DEI — Diversidad, Equidad e Inclusión —, no podemos dejar de lado una dimensión esencial: el sentimiento de pertenencia. Podemos tener diversidad en los equipos, equidad en las políticas e inclusión en los discursos, pero si las personas no se sienten, de verdad, parte del conjunto, nada de eso será suficiente. La pertenencia es la fuerza que transforma un simple “estoy aquí” en un poderoso y auténtico “soy parte y me siento feliz aquí”.

Ese sentimiento —o la falta de él— es silencioso, pero impactante, y tiene implicaciones reales: en el bienestar emocional, en la motivación, en la creatividad, en la productividad, en las relaciones y, muchas veces, en la salud mental e incluso física. Hay una dimensión psicológica esencial que muchas veces subestimamos: la necesidad de conexión y pertenencia. La pertenencia es una necesidad humana fundamental, profundamente arraigada en nuestro ADN y en nuestra historia evolutiva. Desde los comienzos de la humanidad, estar integrado en un grupo social era vital para la supervivencia —quien quedaba aislado enfrentaba riesgos casi seguros de muerte. Por eso, la necesidad de pertenecer no es un lujo ni un añadido; es tan esencial como respirar. No solo queremos formar parte, sino también contribuir al grupo. Y, por encima de todo, anhelamos ser aceptados por quienes realmente somos, sin máscaras ni disfraces.

La investigadora Brené Brown lo expresó de forma muy acertada: «La verdadera pertenencia no exige que cambiemos quiénes somos. Exige que seamos quienes somos.»

Cuando las personas no encuentran espacio ni seguridad emocional para ser verdaderamente quienes son —cuando sienten que deben ocultar partes de sí mismas para ser aceptadas—, el miedo, la ansiedad y el silencio comienzan a ocupar lugar. Y eso no afecta solo a quien lo vive, sino a todo lo que le rodea: los equipos, los resultados, la innovación, la cultura y el clima emocional y organizacional. La persona va apagándose poco a poco. Muchas terminan marchándose. No porque les falte competencia, sino porque les falta seguridad emocional. Y es ahí donde perdemos talento, muchas veces sin comprender la verdadera razón de esas salidas. Perdemos diversidad de pensamiento y, más allá de eso, dejamos huellas que perduran más allá del tiempo que esas personas estuvieron presentes.

Por eso, las organizaciones necesitan crear entornos emocionalmente seguros. Y estoy convencida de que todo esto comienza con el liderazgo. Los líderes tienen un papel determinante en la construcción de una cultura de pertenencia, ya que su comportamiento diario define el tono emocional de los equipos. Por eso, necesitamos líderes que:

  • Estén abiertos a aprender continuamente sobre temas importantes como inteligencia emocional, escucha activa, comunicación inclusiva, diversidad en todas sus dimensiones, equidad, inclusión, prejuicios y discriminación.
  • Sepan escuchar con atención, captando no solo las palabras, sino también los silencios, los gestos y las señales sutiles de quienes, muchas veces, no logran expresar plenamente lo que sienten.
  • Reconozcan y enfrenten comportamientos de exclusión con valentía y empatía, creando entornos seguros para el diálogo y el cambio.
  • Practiquen una autoevaluación constante, dispuestos a evolucionar y transformar su forma de comunicar y liderar, promoviendo una cultura inclusiva y abierta al crecimiento.

Más que nunca, necesitamos líderes que sepan liderar con empatía, que es una de las formas más elevadas de la inteligencia humana y una de las más poderosas para crear una conexión verdadera con las personas.

Todos merecemos y deseamos pertenecer, y esa transformación comienza en cada uno de nosotros. Tenemos un papel individual en esta misión, porque, en la práctica, el cambio verdadero ocurre cuando cada persona decide actuar.

 

Sobre la autora
Annick Catarino es experta en Corporate Learning & Development, Internal Coaching y Diversity, Equity & Inclusion (DEI). Actualmente ocupa el cargo de Coordinadora DEI, Coach Interna y Learning & Development en Bosch Portugal y España.


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