Por Maite Sáenz, directora de ORH.- ¿Cuál es la gallina o el huevo de las competencias transversales? Quizá la respuesta esté en la tortilla. Ese es nuestro margen de actuación: las actitudes que elegimos para que nos definan no en términos de marca personal, sino de marca auténtica, aquéllas por las que se nos reconoce porque son las que nos conducen en nuestras relaciones y en nuestras decisiones.
La vida es un ciclo combinado de sucesos, circunstancias y capacidad de respuesta; un ciclo de equilibrios y desequilibrios con más picos de tensión que valles de estabilidad en cuyo día a día convivimos con una dualidad: la de la vida micro de cada uno y la vida macro de todos. La corriente continua entre ambas es nuestra toma de decisiones y “la tecnología” que la respalda es nuestra red de competencias transversales. Para entendernos: sin ellas corremos el riesgo de desconectarnos cuando nos equivocamos y con ellas nos enchufamos cuando acertamos.
Por eso, además de convertirnos en un candidato con posibilidades, en un empleado con potencial o en un líder en quien confiar, las metacompetencias nos hacen libres:
- porque nos hacen conscientes de la grandeza del todo y de la insignificancia de las partes;
- porque nos permiten discernir, entender, ponderar, comparar, reconocer, recapacitar, valorar…;
- porque, en definitiva, nos ayudan a decidir desde el más profundo autoconocimiento.
- El liderazgo no lo es, la humildad sí.
- El trabajo en equipo no lo es, la colaboración sí.
- La resolución de problemas no lo es, pensamiento analítico y la negociación sí.
Así lo entiendo mejor, pero poco me ha durado la alegría porque ahora caigo en las virtudes. ¿Cuánto tienen las competencias transversales de virtudes? Esto mejor para otro post, cuando me déis vuestra opinión.