¿Dónde queda la experiencia del jefe?

Maite Sáenz9 septiembre 20225min

Por Maite Sáenz, directora de ORH.- Muchos de vosotros lo sois y prácticamente todos tenéis uno. Me refiero al jefe. ¿Sabéis cómo lo define la RAE? Como la cabeza de una corporación, partido u oficio. La cabeza. Interesante lo fino que se puede hilar con el significado dado a las palabras. Al jefe le precede su cabeza y no, no por su tamaño, morfología, atractivo y todo eso que os ha venido a la ídem, ¡mal pensados! Fuera de bromas, lo que la Real Academia asigna al jefe es, ni más ni menos, poner cabeza, esto es, cerebro, conocimiento, visión, inteligencia, rumbo, criterio, coherencia… a aquello de lo que es responsable. Responsabilidad es la “pili-mili” de los jefes. Las jefaturas sin responsabilidades son despropósitos, cuerpos sin cerebro investidos de poder y tan peligrosos como una pistola en manos de un chimpancé. Caos y más caos. Pero hoy no quiero diseccionar el lado oscuro de los que nos mandan, quiero exponer cómo se sienten asumiendo su responsabilidad.

 

Los jefes también sufren. Un día los convertimos en súper héroes y el otro en villanos sin darnos cuenta de que las relaciones son cosa de dos. Es fácil proclamar que nosotros lo haríamos mejor pero ¿y si empezamos por ponernos en su lugar?

 

Hablamos hasta la saciedad de la experiencia de los clientes y de los empleados, ¿pero dónde queda la de los jefes? Son los grandes olvidados. Sobre todos los de en medio, los mandos, esa pieza que nos amalgama pero que tanto vapuleamos. Por arriba, presionándolos para ejerzan sus dotes de mando con resultados; y por abajo, porque, admitámoslo, no hay uno que se libre de nuestros malos pensamientos. Por muy bueno que sea, sentir empatía por un jefe es como pedir que nos rindamos al enemigo. Pero pongámonos en su lugar. A veces se sienten como esos hijos del centro en las camadas de más de dos, que no son ni el “hereu” ni el benjamín y que a la vez que aprende enseña. Otras, sabe que es el objeto de un deseo insano, el que le transmiten las miradas que matan sin opción a resucitar. Y muchas, muchas veces acaba su jornada laboral sintiéndose el ser más insignificante de su empresa, de su vida y de la faz de la tierra.

Me vienen al recuerdo unas cuantas cabezas que me dirigieron a lo largo de mi vida -dejo fuera a las que no sé porqué acabaron donde estaban-, y me invade la culpa, pesada y pastosa, de haber sido una malísima persona. Lo que me enseñaron no está escrito; o mejor dicho, sí pero sólo para ser entendido por quienes sepan leer entre líneas. Lo de refrendar nuestras percepciones con relatos -o referentes- que las apoyen es muy nuestro, muy de defender nuestro terruño cogiendo si podemos parte del de los demás; lo de intentar entender otros focos es mucho pedir. Cómodos ante todo.

Ahora que se habla tanto de las power skills, ¿cuáles serían las de los que nos mandan? Para mí hay una que las engloba a todas: la integridad de poder actuar siendo un ejemplo a seguir y desde la imperfección que nos distingue como seres humanos que somos. Mis mejores jefes se equivocaron muchas veces; algunos hasta me pidieron disculpas sin ser necesario. Sobre la marcha rectificaron la mayoría. Me apoyaron y me llamaron al orden, me exigieron sin tregua, me dieron oportunidades a cambio de responsabilidades, me enseñaron que en la laxitud y en la complacencia no se crece, no se aprende… Y yo, a cambio, les planté cara con mi genio indomable. De aquellos años me vienen estas experiencias que ahora, con muy poco acierto, por cierto, intento aplicar. ¿Qué cómo me siento? Como una mandona, no la que manda.

Los jefes también sufren. Un día los convertimos en súper héroes y el otro en villanos sin darnos cuenta de que las relaciones son cosa de dos. Es fácil proclamar que nosotros lo haríamos mejor pero ¿y si empezamos por ponernos en su lugar?

 

 


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