Por Maite Sáenz, directora de ORH.- Lo sé. Es difícil volver con ilusión. Incluso las mejores intenciones sucumben ante el aluvión de noticias que en prensa, en blogs, en redes sociales y también en nuestros reencuentros nos hablan de lo jorobado que es dejas atrás nuestro pequeño oasis vacacional y sentirnos caer, como piedra en una sopa, dentro de la rutina real.
Tiempo para lo que nunca hay tiempo. Mis vacaciones han sido eso. Me lo propuse desde el primer día y hasta en mi Whatsapp lo dejé bien visible para evitar perturbaciones. No he hecho todo lo que me apetecía, de hecho, creo que no he llegado ni a la cuarta parte de mis buenas intenciones, pero es que lo que pretendía era disfrutar de lo que me diera tiempo sin prisas. Vivo sin vivir en mí 11 meses al año y no era cuestión de tomarme mis días de descanso como otro sprint. Ahora he cambiado mi mensajito de Whatsapp por este: “Me gustan los regresos tanto como los comienzos”. De verdad os digo que vuelvo con la ilusión de reencontrarme con todo. ¡En serio! Y creedme que de “hippie happy flower” no tengo ni el recuerdo. Lo que ha pasado es que la consciencia plena me ha funcionado por primera vez en mi vida y sin hacer mindfulness.
Os cuento esto que seguro os importa menos y nada porque mi experimento veraniego me ha ayudado a recordar que cada uno somos responsables de nuestra actitud. Leía hace poco un artículo en el que se decía que la autoayuda de la resiliencia carga al individuo con toda la responsabilidad de adaptarse y, por tanto, con toda la culpa cuando no lo consigue. ¿Debemos ser resilientes por obligación? La propuesta del artículo en cuestión apuntaba a no poner tanto el foco en cambiar nuestra visión del mundo para sentirnos capaces de encajar en él como en transformar -no nosotros sino el sistema- las causas de las disfunciones que nos generan los sentimientos de inadaptación. Buenismo en estado puro y peligrosamente atractivo.
¿En qué momento la historia de la Humanidad ha dejado de ser un proceso de evolución? ¿Qué cambios disruptivos a lo largo de los siglos no han dejado ganadores y perdedores? ¿Podemos confiar en que el entorno nos va a ayudar a adaptarnos cuando es el entorno el que provoca los cambios? ¿Los Estados lo asumirán? Deberían pero no lo harán porque hace tiempo que la ideología ha sustituido a la vocación de servicio a la ciudadanía, aquí y en todas partes. ¿Las mega declaraciones de principios por un mundo más sostenible, igualitario, justo y respetuoso? Perdonadme pero apuesto más por el alineamiento de voluntades en ecosistemas micro. ¿Las empresas? También tienen su cuota de responsabilidad pero ni les es exclusiva ni excluyente en su entorno; hablemos, por ejemplo, de los sindicatos… o mejor no 🤔.
Soy optimista, soy positiva y también muy, muy realista. La vida es lo que es, siempre lo ha sido. Miremos a nuestros padres y a nuestros abuelos. ¿Han sido resilientes sin saber siquiera lo que significaba el palabro? Pues eso. Lo han hecho sin cursos ni recursos. Ahora nos hemos acostumbrado al bienestar, hacemos de nuestros derechos causa universal y hemos perdido referencias básicas de convivencia porque no aceptamos que la libertad de cada uno acaba cuando empieza la del otro. Ahí es donde surgen las responsabilidades que nos incomodan porque nos exigen gastar calorías en el esfuerzo. Cada vez más buscamos las soluciones fuera de nosotros mismos, y una cosa es que encontremos apoyos para nuestros momentos complicados -que por supuesto, podemos tener sin sentirnos culpables ni débiles- y otra muy diferente que deleguemos la responsabilidad sólo nuestra e intransferible de asumir lo que no podemos cambiar.
La selección natural es fruto de la capacidad de adaptación y eso, por mucho que nos pongamos exigentes a la hora de pedir, no va a haber cambio disruptivo ni voluntad colectiva que lo transforme.
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