Francisco Ibáñez fue uno de los creadores españoles que mejor han descrito la idiotez nacional. Todos sus cómics reflejan nuestros defectos más idiosincráticos, pero con Mortadelo y Filemón acertó, además, a crear un perfecto escenario para lo peor (y más hilarante) de nuestro management, fruto de unos Recursos Humanos especializados en fraguar el desastre.
El número 107 de la colección clásica de Mortadelo y Filemón, al nostálgico precio de 395 pts. (sic), realiza un apasionante flashback a los orígenes del peculiar departamento de investigación que forma la pareja en la TIA, organización de gran importancia estratégica para el país.
Después de repasar las vidas de los protagonistas, con escenas tan estremecedoras como aquella en la que Mortadelo pierde su lustrosa melena a manos de un tal Doctor Bacterio (“biólogo famosísimo”, llega el momento culminante en que ambos aplican a dos puestos en la TIA, uno de jefe y otro de ayudante.
El proceso de selección está a la altura de sofisticada organización. Ambos candidatos se enzarzan a mamporros hasta que el director de Recursos Humanos media con una teoría probablemente basada en complejas variables de People Analytics: “Vamos, vamos, señores, solo uno puede ser el jefe, ¿por qué no lo echan a suertes?”
En una elegante elipsis narrativa, el autor explica que ganó Filemón, “que tuvo la suerte de llevar una cachiporra mucho más gorda”. En el suelo aparece Mortadelo con un chichón descomunal y un más que previsible compromiso total con su nuevo puesto.
A partir de esta tremenda revelación, Miguel Ors sostiene en un brillante artículo en The Objective que “el jefe tenía que ser Filemón, y no Mortadelo”. Su análisis “El ‘management’, según Francisco Ibáñez” recuerda que “la comicidad de Ibáñez se basa en lo mal que les va a sus personajes”, y que “Ibáñez se inscribe aquí en una larga tradición de humor negro”.
En la línea de Quevedo, Valle-Inclán o Berlanga, Ibáñez ha anidado en el imaginario colectivo español describiendo como nadie la idiotez patria. Incluso ha ampliado sustancialmente la ya amplia panoplia de insultos con los que definíamos a sus practicantes. De hecho, de la pasión por el genio han brotado completos “Insúltómetros” mortadelianos.
En la línea de Quevedo, Valle-Inclán o Berlanga, Ibáñez ha anidado en el imaginario colectivo español describiendo como nadie la idiotez patria, con insultos de pegada innegable
En todas los diccionarios ad hoc aparece el clásico “berzotas”, que según José Antonio Luna, autor de una interesante etimología del insulto español, se refiere a una persona ignorante y necia. El mismo Ibáñez explica su origen: “Es un aumentativo sobre la palabra berza, la col o a las variedades más toscas de la col, es decir, una verdura silvestre considerada de muy escaso valor”.
Además de ser la favorita de un servidor, el campo de acción del berzotas cubre con esmero digno de mejor causa el campo de acción que nos compete. Porque la intrahistoria de Mortadelo y Filemón, la verdadera, aporta un extra a la de la noción carpetovetónica del management en general y de los Recursos Humanos en particular.
Cocinero antes que fraile
Ibáñez fue cocinero antes que fraile. Nacido en 1936, cuatro meses antes de que estallara la Guerra Civil, a los 14 años entró a trabajar como botones en el Banco Español de Crédito. Él mismo contaba que los jefes le recriminaban su afición por pintar monigotes en horas de trabajo. Buen ojo para la detección del talento oculto…
Indetectado en el banco (que ya no existe, por cierto), el joven Ibáñez simultaneó su labor oficinesca con colaboraciones en varias revistas. En 1957 ya ganaba más como dibujante, a pesar de que en el banco le habían dado el tan pomposo como mal pagado cargo de “ayudante de cartera y riesgos”.
Al cumplir los 18, pegó el pelotazo con la publicación en la mítica revista Pulgarcito de la primera aventura de Mortadelo y Filemón. La idea y el aspecto de las historietas eran, sin embargo, muy distintas de las actuales: la pareja era apenas un trasunto español de Sherlock Holmes y Watson.
El marco organizacional de la TIA
Hasta que, tras una evolución paulatina, en 1969 aparecen los personajes básicos de la TIA, una variante bufa de la CIA que enmarcaba a los dos detectives en el seno de una organización perfectamente planificada para el desarrollo de los Recursos Humanos más berzotas que la historia de la humanidad haya contemplado jamás.
Con el desarrollismo ya a toda máquina, el ecosistema oficinesco con características patrias pedía a gritos quien lo pintara. Los participantes en el capítulo de la serie «Imprescindibles» de RTVE dedicado a Ibáñez, por ejemplo, subrayan la sintonía de su trabajo con cierto cine español de la época, cercano al neorrealismo. En concreto, hacen un muy elocuente paralelismo con Atraco a las 3.
El personaje de José Luis López Vázquez en esa película podría haber acompañado perfectamente a la pléyade de secundarios que iban a darle la densidad justa a las aventuras de Mortadelo y Filemón.
El Superintendente Vicente, algo así como el CEO de la TIA, demostraba su liderazgo con técnicas de motivación y compensación que solían terminar con la huella de su pie serigrafiada en el trasero del subordinado de turno.
El Súper debutó en el número titulado El sulfato atómico, en el que aparece también por primera vez el desastrosamente fáustico Doctor Bacterio, que prefiguraba la importancia creciente del I+D en nuestro tejido industrial.
Capítulo aparte merecen las secretarias, negativo casi perfecto de las actuales políticas DEI. La más clásica, Ofelia, entró en nómina en 1978, en Los gamberros, parte del Superhumor Misión de perros. De fuerte carácter, acosa sin disimulo a Mortadelo y todos se mofan de su obesidad… sin el menor resquicio al lenguaje políticamente correcto.
Una plantilla de berzotismo imbatible
Perfectamente delineada por el heteropatriarcado, la sexy Irma aparece en 1987 en Terroristas. Contrapunto y rival de Ofelia (aunque al final hacen buenas migas: los tiempos, y la sororidad, iban avanzando), Ibáñez la fichó como secretaria para despejar las dudas sobre la homosexualidad de Mortadelo y Filemón, en una curiosa forma de luchar contra la discriminación homofóbica. Netflix quizás hubiera tirado por otro lado…
El tratamiento de las secretarias, tanto la (excesivamente) exhuberante Ofelia como la (inquietantemente) atractiva Irma), desafía el actual lenguaje políticamente correcto
Ibáñez decidió no incluir más secundarios (de hecho, Irma solo duró tres años) para no quitar protagonismo a la pareja que le daba de comer: Mortadelo y Filemón. Había encontrado el ecosistema perfecto para su funcionamiento. Su política de Recursos Humanos Berzotas había cristalizado.
Su peculiar visión del maLagement se extendió a otros personajes de la enjundia del Botones Sacarino, bastante parecido a lo que debió ser su adolescencia, con los ahora llamados empleados de primera línea amontonados en el escobero de un clasismo indisimulado.
Tampoco desmerece el homenaje a la productividad de la PyME que destrozaban en cada historieta Pepe Gotera y Otilio. Por no hablar de la visión estratégica de Rompetechos. Todos ellos conspiran para arrancarnos una carcajada… y recordarnos que, a lo mejor, deberíamos hacérnoslo mirar.
El berzotismo, digo.