Misóginos en el trabajo: el efecto “boomerang” de pensar con el órgano equivocado

Maite Sáenz10 junio 20224min
misoginia

por Maite Sáenz, directora de ORH.

– No tienes lo que hay que tener (…) para solucionar esto.
– Por supuesto que no lo(s) tengo y por eso no pienso con ello(s).

Creo recordar que esto es la respuesta de Judy Dench en una de las de 007 a alguien que dudó de su capacidad para estar al mando por ser mujer. Podría ser una frase más, pero os aseguro que para mí es toda toda una filosofía de acción cuando tengo que lidiar con un machista o, peor aún, con un misógino. Y digo lidiar porque es lo que más se ajusta a un espécimen que es todo inquina bruta en forma de testosterona incontrolable. Como ya he trabajado mucho he tenido experiencias de todo tipo, y las peores me han enseñado a no prejuzgar a los hombres por serlo, ni a situar a las mujeres siempre en la parte más débil de la ecuación. Y también me han servido para aprender que el machismo y la misoginia ni son lo mismo ni son un cuento.

En más de 25 años de experiencia profesional he sufrido la prepotencia de muchos machistas de libro que me veían demasiado joven y pequeña para reconocer que tenía cerebro; ante sus ojos, o necesitaba protección o simplemente era invisible (y ya sabéis a lo que conduce lo uno y lo otro). Pecata minuta comparado con lo que he vivido con los misóginos. Un misógino siente una aversión freudiana hacia las mujeres, no les reconoce más derechos que a un animal abandonado, hace del acoso psicológico el kamasutra de su placer y cuanto más hiere más quiere oír los gritos. El suyo es un placer insano como el de los psicópatas pero en otro plano, en mi caso el profesional. No son necesariamente mediocres; un pintor, Picasso; un músico, John Lennon, y un escritor, Charles Bukowski, fueron misóginos declarados y genios admirados. A todos los de su especie les pone ver cómo ella es consciente de que ese desprecio es deliberado y voluntario. Mientras, ella se empequeñece con cada nueva pulla, sabedora de que a poco que mengüe él se crece. Y la muy tonta se pregunta: ¿En qué me he equivocado? ¿He de hacerlo mejor para que se dé cuenta? De estas dudas hasta el “cómo no lo vi venir” hay un calvario que te enseña mucho pero que no recomiendo vivir.

La misoginia es pura irracionalidad y en mi primera vez tardé dos largos años de paciencia autoimpuesta en ver que en ella estaba el boomerang de su propia trampa. Pura supervivencia fue aquella experiencia. Me di cuenta de que el misógino menosprecia a su víctima, nada en ella le genera confianza y ni mucho menos piensa que pueda ser un oponente a su altura. Está tan empeñado en aislarla en un espacio cuanto más claustrofóbico mejor que se olvida de prestar atención a los detalles. Por eso, cuando se da cuenta es demasiado tarde. La ha encerrado, sí, pero dejándose la llave dentro. Yo no definí el tablero de juego, yo no veté las condiciones, yo no sabía lo que iba a sufrir por mi exceso de confianza. Y no, no tuve suerte. Es lo que tenía que pasar por pensar con los atributos equivocados.


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