Como explicábamos en la primera parte de este artículo, la profesora de la Sydney Business School Caroline Burns se hacía una serie de preguntas para argumentar que, en los tiempos que vivimos, tal vez el viejo concepto que inspira la palabra productividad no sea el más adecuado para medir si somos o no más eficaces y rentables trabajando en casa, si debemos de volver a la oficina, o si la excelencia está –como sucede casi siempre en los asuntos de la vida– en el sabio término medio que preconizan los defensores de los espacios híbridos.
Porque, según esta experta, muchos estudios sobre la productividad del teletrabajo tienden a centrarse en evaluaciones de resultados limitados a corto plazo, y se basan en métricas sobre tareas especificadas; sin dejar espacio para la opinión del evaluado.
La industria y la investigación académica guardan un significativo silencio sobre ciertos efectos que son difíciles de medir, a la hora de juzgar la productividad: como la innovación, la retención del talento, la cohesión del equipo…
“Me temo que es muy probable que las decisiones de los líderes sobre el lugar en el que debe finalmente realizarse el trabajo, en función de dónde son más productivos los empleados, van a estar estén mal informadas y escasamente fundamentadas», asegura esta experta. “Porque tales decisiones se basan en evaluaciones de productividad subjetivas, que no comparan de forma independiente datos de productividad anteriores al Covid, y que no miden las cosas que hacemos que realmente agregan valor».
¿Es una medida válida del desempeño hoy en día?
Burns asegura que desafiaría a la mayoría de los líderes empresariales a describir cómo miden la productividad en sus organizaciones. Pues admite que no es demasiado difícil medir ciertos datos, como por ejemplo, ventas por persona o equipo, tiempos de respuesta, plazos de procesamiento y finalización de trabajos, tasas de error… Pero muchas de estas son en realidad tareas de oficinista que los ordenadores o robots ya pueden hacer por nosotros, y probablemente se automatizarán por completo en los próximos años.
Estas métricas no son adecuadas para evaluar la forma de trabajo desordenada, dinámica e interdependiente que es, cada vez más, lo que hace casi cualquier trabajador en esta era del conocimiento. Así, el desarrollo y la aplicación de capacidades que contribuyen a la competitividad corporativa, como el aprendizaje, la resolución de problemas, la creatividad, la colaboración multidisciplinar y la empatía no se miden en ratios, sino en efectos a largo plazo, complejos y a menudo interactivos.
La disminución gradual de la productividad (medida por el PIB per cápita) en la mayoría de las naciones desarrolladas, que lleva a cabo la OCDE desde la década de 1960, es otro indicador de la dificultad de medirla en una economía digital avanzada. De modo que hablar de que los empleados sean más o menos productivos en la oficina o en casa, en pleno siglo XXI, tiene poco sentido, cuando hay en juego otras variables.
Desear hacerlo y disponer de las condiciones adecuadas
El otro estudio al respecto que mencionábamos ayer, el de de la Universidad de Stanford, ha permitido a los analistas de CaixaBank Reserch, Clàudia Canals y Oriol Carreras, realizar una aproximación del impacto del teletrabajo en la productividad en España. Partiendo de las estimaciones de dicho estudio, toman el porcentaje de empleados en España que potencialmente podría llevar a cabo su trabajo de forma remota (estimaciones que hablan de un 33%).
Y aplican la llamada “tasa de traslación. Y es que, para sacar el máximo partido al teletrabajo, no basta con que la tipología del empleo sea susceptible de desarrollarse a distancia; también es necesario que la persona desee hacerlo y que disponga con las condiciones adecuadas en casa para desempeñarlo (que cuente, por ejemplo, con una habitación propia o con una conexión a internet de banda ancha).
Así, ambos analistas señalan dos posibles escenarios. En el considerado “más favorable”, tienen en cuenta la banda alta del rango de incremento de la productividad que reporta Nicholas Bloom (30%). Consideran además una tasa de traslación elevada, del 75%, que supone que gran parte de los trabajadores susceptibles de trabajar de manera remota quieren, y reúnen las condiciones para hacerlo.
Y ¿qué oponan sus protagonistas?
En un segundo escenario, mucho menos favorable, consideran la banda baja del rango de incremento de la productividad (20%) y una tasa de traslación baja, del 25%. Así las cosas, la adopción del teletrabajo de manera generalizada puede incrementar la productividad española entre un 1,4% y un 6,2%.
No obstante, según el Mental Health Report de QBE Insurance Group, un estudio europeo donde muestra como están afrontando los trabajadores esta nueva realidad, y como está afectando a su salud mental, el 55% de los españoles afirma que el teletrabajo está teniendo un impacto positivo en su productividad. A ver si van a tener razón…