La profesionalidad debería ser la ser la prueba del algodón de toda persona trabajadora, ya sea peón o CEO, pero para eso hay que tener claro y meridiano que la profesionalidad no es una cualidad de ser profesional. Cuando decimos que alguien es profesional de un oficio nos referimos al simple hecho de que se dedica a eso, es su profesión. Me pongo yo en la diana: Maite es profesional del periodismo y dicho así no presupone que sea buena, del montón o pésima, sólo que domino los básicos, o que al menos debería hacerlo (saber estructurar la información, contrastarla, exponerla con las comas en su sitio…). En el ejercicio de mi profesión es cuando demuestro si soy buena, del montón o pésima profesional haciendo visibles ante todos el nivel de mis conocimientos, habilidades y pericia técnica (y subrayo el nivel porque ya no hablo de los básicos sino de la aportación de valor que realizo enriqueciendo esos básicos). Pero para demostrar mi profesionalidad necesito más eso, mucho más que hacer bien lo básico y mejor lo diferente; necesito principios y valores PERSONALES que me guíen en mi aspiración de ser una buena profesional.
En esta ruta hacia ser la mejor versión de nosotros mismos nos atascamos todos alguna vez. Primero y principal, porque para ser fieles a algo necesitamos tener claro ese algo, y ese es un ejercicio que demanda mucha exigencia y pocas excusas. Identificar qué nos pone límites en la vida no es una tarea de los valores corporativos y, de hecho, éstos poco o nada pueden hacer cuando la cosa no viene de serie; es una opción personal que nos imprime carácter, no marca personal.
La mayor evidencia del valor de la profesionalidad está en la toma de decisiones. En esa lavadora que activamos para elegir la más adecuada no sólo centrifuga el conocimiento experto o la pericia técnica (el detergente), ni siquiera separando la ropa (blanca, de color, delicada) y sumándoles las competencias transversales que nos ayuden a ver las partes desde su todo, con sentido crítico, estratégico o sistémico (el prelavado) logramos actuar sobre las manchas. La fórmula para lavar más blanco se completa con el aditivo crítico que son los valores (la lejía, el oxígeno activo o el percarborato). Son ásperos, no un mimosín perfumado, y por eso no es fácil llevarlos a cuestas. ¿Y el suavizante cuándo se añade? Las “limpiatrices” dicen que ya no está de moda, y efectivamente, el perfume – la hipocresía- no dura.
Cuando tomamos decisiones desde la falta de profesionalidad, ya sea por exceso de ego, de ambición o porque incluyamos en la ecuación cuentas y cuentos personales, no sólo perjudicamos al o los afectados; arremetemos contra el sistema, contra el proyecto, contra el objetivo compartido, y eso nunca puede acabar bien, sobre todo porque nos retratamos en nuestros más íntimos valores. Por eso separar lo profesional de lo personal es la primera regla de la profesionalidad.
Bajo la cabecera ORH-Observatorio de Recursos Humanos ha puesto en marcha proyectos como ORHIT-Observatorio RH de Innovación y Transformación, OES-Observatorio de Empresas Saludables, SFS-Empresas Saludables, Flexibles y Sostenibles e IA+Igual. Maite Sáenz es CEO de ORH, una plataforma de conocimiento e innovación en gestión estratégica de personas en las organizaciones que fundé en 2006. Se licenció en Periodismo y ha desarrollado toda su carrera profesional en el ámbito de la información especializada en gestión estratégica de personas en las organizaciones. Durante 16 años se desempeñó como redactora-jefe de la revista Capital Humano y en 2006 fundó ORH Grupo Editorial de Conocimiento y Gestión, un proyecto quue define como no sólo profesional sino también vital, en el que refleja su forma de entender las relaciones empresa-empleado.