La autocrítica es un ejercicio tan necesario como poco practicado, tan poco que incluso diría que adquiere auténtica categoría de virtud en quienes la asumen como una tarea obligada para evolucionar.
Decimos hasta la saciedad que estamos en momentos de cambio y nos perdemos en el laberinto de preguntas que sólo nos conducen a los cómos y no tanto a los qués y a los porqués, aun cuando son éstos y sólo éstos los que pueden conducirnos a encontrar las respuestas a los primeros.
Para cambiar hay que saber qué cambiar y para saber qué cambiar hay que saber qué hacemos bien y qué hacemos mal, qué nos funcionó antes y qué ha dejado de funcionar ahora. Esto es la autocrítica: tener la capacidad de admitir nuestra fragilidad y tener la voluntad de crecer con ella.