Raúl prometió al taxista una generosa propina (que, sin ningún género de duda, le pediría que incluyera en el recibo que presentaría a la empresa) si se daba toda la prisa posible por llegar al pequeño teatro que la escuela donde estudiaban sus hijos había alquilado para la función de fin de curso.
Y el taxista, el taxi y Raúl llegaron justo a tiempo. Justo cuando su mujer, sus padres y sus suegros ya casi habían abandonado la esperanza de que aquella vez, por fin, su marido, hijo y yerno asistiría puntual a la función escolar de sus hijos. Raúl quería haber dado un abrazo a su padre, un apretón de manos a su suegro y sendos besos a las señoras, pero no hubo tiempo para nada que no fuera ver las caras de alivio del quinteto que le daba la bienvenida y, raudos y veloces, girar ciento ochenta grados y emprender el camino hacia el pequeño auditorio donde tenían reservadas, en el lado derecho de la sala, las seis sillas más cercanas al pasillo de la fila ocho.
Jordi López Datell, Consultor y autor de “Creo, luego Creo” y “Hacer Pîña”. jordilopez@teamtowers.com