Pocas circunstancias imaginables podrían haber puesto a nuestras empresas contra las cuerdas de una forma tan radical y sorprendente como lo ha hecho el coronavirus. De un día para otro, sin tiempo para diseñar planes de contingencia ni para apenas preparativos previos, muchas se han visto obligadas a implantar el teletrabajo para toda la plantilla, y otras muchas directamente a paralizar su actividad, con el correspondiente cierre de sus vías de ingresos y la inevitable suspensión de puestos de trabajo.
El resultado está siendo frustrante y desesperante en general, y dramático sobre todo para pequeñas empresas de determinados sectores que ven peligrar su subsistencia en esta travesía del desierto, hasta que puedan volver a abrir las puertas de sus negocios. Según datos del Ministerio de Trabajo y Economía Social, entre ERTEs, despidos y ceses de actividad, en nuestro país hay unos 9 millones de trabajadores afectados por esta crisis inédita.
El resto, los que han conseguido mantener su puesto de trabajo o su propia empresa en marcha, están dándolo todo para tratar de sobrevivir a la tempestad y cubrirse bien ante los golpes, con el fin de poder reconducir el negocio a buen puerto cuando llegue la calma, que llegará.
Adaptación al cambio
Esos empleados hoy en activo han tenido que adaptarse a unas condiciones impuestas, no siempre con sus necesidades técnicas cubiertas; a nuevas rutinas laborales y nuevos procedimientos, compaginados con unas circunstancias personales complejas y un futuro a corto plazo incierto. Y sin embargo, están demostrando vehementemente algo que, desde Watch&Act, siempre hemos defendido: que lo más importante de las organizaciones son las personas.
Podemos contar con una estrategia de negocio brillante, con una actividad económica en pleno auge, con el equipamiento tecnológico más puntero, con las perspectivas más optimistas de crecimiento… y todo se puede ir al traste por un coronavirus cualquiera. Y lo único que lo impedirá será el compromiso de nuestro equipo, su profesionalidad, su implicación en la consecución de un objetivo común, su inspiración y creatividad para sortear los obstáculos y buscar vías alternativas, su motivación para seguir peleando por el éxito del proyecto.
Todos estos factores, tan importantes para cualquier organización cuando todo fluye con normalidad, son vitales en momentos de crisis. Pero como suele decirse, no podemos acordarnos de Santa Bárbara solo cuando truena. No podemos exigir a nuestros empleados que lo den todo cuando antes no nos hemos preocupado de fomentar una cultura corporativa que defienda estos valores, ni de mantener una estrategia de recursos humanos que les haga sentirse una parte esencial de la empresa.
Son las personas las que están sacando adelante los negocios que siguen en marcha, las que están buscando las cosquillas a la crisis para tratar de encontrar en ella una nueva oportunidad, esa reorientación de la actividad para adaptarla a los tiempos que corren y poder seguir teniendo ingresos. Y también son las personas las que están dando lo mejor de sí mismas para arrancar iniciativas de solidaridad corporativa que ayuden a otras personas a sobrellevar mejor esa peor parte que le ha tocado en suerte en el reparto de roles de la pandemia.
Y si su papel ha sido clave hasta ahora, lo será todavía más a partir de ahora, en la desescalada, en el proceso de reactivación de nuestra maltrecha economía y en la reconstrucción del tejido empresarial. Y digo reconstrucción, sí, porque muchas empresas tendrán que empezar desde cero, los planes de negocio anteriores ya no servirán, habrá que reinventar los modelos, adaptarse a nuevas formas de producir, de trabajar, de gestionar, de atender, de comunicar, de transportar, de comprar, de vender…
Lo que nuestras empresas han tenido que pasar a causa del COVID-19 ha venido impuesto, pero estará en nosotros la capacidad de integrar el aprendizaje de todo lo vivido para sacar de ello algo positivo y que nos sirva el día de mañana. No podemos volver atrás en la digitalización que hemos conseguido, ni en la colaboración que hemos demostrado, ni en la resiliencia que hemos desarrollado. Tenemos que convertir todo eso en la nueva fórmula del éxito, y para ello necesitamos la inteligencia colectiva, la participación de todos.
En definitiva, esta crisis nos ha enseñado varias cosas. Que los imprevistos existen, y ante las emergencias que dan al traste con la planificación y los medios, es la calidad humana y la actitud de las personas lo que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso. Que al final de la tecnología y por encima de ella, gestionándola y dirigiéndola, necesitamos a personas capaces y buenos profesionales. Que la capacidad de adaptación de las personas ha permitido que en estas semanas de confinamiento muchas empresas se hayan mantenido vivas.
Que no importa el nivel, la especialidad o la dificultad de la tarea: todas son importantes, y hay que generar entornos y sistemas que reconozcan, valoren y recompensen a cada uno por su contribución real. Y que la ilusión, la motivación y la energía de las personas es esencial para que la sociedad y las empresas salgan adelante.
Que no se nos olvide. No sabemos si vendrán otras crisis como esta. Lo que sí sabemos es lo que nos hará salir de ella si es que llega.
Ángel Gilsanz, director de Personas y Organización de Watch&Act