La propuesta del Pacto de Investidura entre PSOE y SUMAR, relativa a la reducción de la jornada máxima semanal, está ahora mismo en un proceso de diálogo social bipartito. Sin embargo, antes de las elecciones de julio, el Gobierno ya anunció a bombo y platillo la puesta en marcha de un proyecto piloto, de dos años de duración, para probar la jornada laboral de 4 días. El llamamiento, realizado por el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, a través de la Fundación Pública EOI, que estaba dirigida a pymes industriales españolas, se resolvió con un total de 41 solicitudes de empresas. Las ayudas solicitadas por estas organizaciones, ascendía a 2.831.000 euros, y el total de los trabajadores adscritos, 503.
El tiempo de trabajo, su organización y la distribución de la jornada son las cuestiones que más repercusión tienen en la vida diaria, la salud y la conciliación de la vida profesional, familiar y personal. Con la evolución que está experimentando el sistema de trabajo en los últimos años, quizás sea un error plantear el debate sobre cuánto tiempo se trabaja, en lugar de en cómo se organiza y qué calidad tiene.
Las maratonianas jornadas laborales en horas o en días, el presentismo o el modelo de disponibilidad 24h/365 días no es sinónimo de más productividad, sino todo lo contrario: conlleva sobrecarga de trabajo, imposibilidad de conciliar, fatiga, estrés, dolencias musculoesqueléticas, mayor riesgo de accidente laboral y enfermedades profesionales. Pero tampoco parece que reducir la jornada solucione los problemas estructurales de nuestro mercado laboral.
Randstad publicaba recientemente un artículo en el que señalaba que, según el Gobierno, en la semana laboral de 4 días se harían jornadas de entre 8 y 9 horas para cumplir la jornada laboral de entre 32 y 36 horas que se quiere establecer. Y todo ello, claro está, manteniendo el salario inicial. ¿Y cómo se explica eso? ¿Trabajar menos y cobrar lo mismo? Según el planteamiento del Gobierno, con este horario reducido se fomentaría la motivación -no es lo mismo acabar la semana un viernes por la tarde que un jueves al final del día, teniendo todo el viernes para descansar antes de pasar a disfrutar del fin de semana en sí-, lo cual generaría un extra de productividad que compensaría esa reducción de jornada.
Más que ejemplos, excepciones
En España, la pionera en dar el salto a la semana de cuatro días, fue Software Delson, una empresa ubicada en Jaén, que diseña software bajo demanda para pymes españolas. La empresa redujo la jornada, recortó en un 20% la presencialidad y no redujo el sueldo. Después de un año, afirman que la productividad ha aumentado y se ha reducido el absentismo.
Otra empresa que apostó por estas medidas, de un ámbito totalmente distinto, es Desigual. En su caso, tras una serie de negociaciones con los empleados, apostó, desde septiembre de 2021, por reducir la jornada pero con una reducción de sueldo aparejada, del 6,5%.
También hay ejemplos internacionales. La revista Xataka destacaba recientemente que el piloto que se está llevando a cabo en Portugal empieza a dar su frutos. Se inició en junio del año pasado y se prolongará hasta abril de 2024. Según los primeros datos recogidos, todo apunta a que los empleados de las empresas que se acogieron a este programa mejoraron su salud física y mental. El informe, que todavía se encuentra en progreso, se basa en los datos aportados por 200 empleados, así como por los responsables de las empresas participantes.
El maco de la negociación colectiva
En nuestro país, el debate sobre la jornada debe enmarcarse en la negociación colectiva. No es lo mismo trabajar cuatro días a la semana, que de lunes a jueves y hay trabajos que necesariamente tendrían que realizarse en ese período. Tampoco es lo mismo hablar de jornada de 4 días semanales o de jornadas semanales de 32 horas, todo ello en el contexto de la propuesta del Gobierno de reducir la jornada máxima semanal.
La reducción de la jornada nos obligaría a cambiar nuestra “cultura de compras” por ejemplo. Pero más aún, la reducción de la jornada laboral se aplicaría también a colectivos como el de la educación, la sanidad o los cuidados a dependientes y esto obligaría a modificar el modelo de organización familiar y social.
La patronal reconoce haber analizado la repercusión de la iniciativa y el margen de posibilidad de acuerdo, pero afirma que no le es posible compartir su análisis interno sobre la materia por lealtad a la mesa de diálogo abierta. Desde el ámbito sindical, Jose Luis Fernández, del Gabinete de Estudios de USO, señala que están convencidos de que una jornada menos prolongada revierte de forma notable en el aumento de la productividad de la plantilla. «Impactará en una mayor fidelización y una mayor retención y atracción del talento. Además, mejora el absentismo y reduce las bajas por estrés, que muchas veces está causado por el agobio de no poder dedicar tiempo a la familia o disfrutar del ocio».
Fernández añade que es importante también recordar que en los últimos años se ha producido un notable incremento de las jornadas a tiempo parcial –en muchos casos- no deseadas. «La jornada media semanal efectiva realizada por las personas ocupadas al finalizar el 4 trimestre de 2023 fue de 31,3 horas. Nos preguntamos cuántas personas querrían trabajar más horas porque no podemos olvidar, -concluye-, que con la normativa actual una jornada reducida, supone un salario reducido».
El mayor riesgo de este debate es, sin duda, avanzar hacia un modelo de mercado laboral de dos velocidades en el que unas empresas ofrecen empleo de calidad y facilidades para flexibilizar horarios y jornadas, y otras con empleo precario, en el que haya que continuar en la lucha centenaria por el derecho a tener 8 horas para trabajar, 8 para dormir y 8 horas para vivir.