Maite Sáenz11 enero 20214min

En realidad, podría decir que tengo 45 o 55, si me apuráis incluso poco más de 40, y la situación sería la misma. Cuando acabaron mis “taitantos” ya comprendí que empezaban a disminuir las posibilidades de acabar mis días en mi empresa. Y no tanto porque mis capacidades y habilidades se hubieran quedado caducas con el tiempo, sino porque lo que empezaba a carecer de valor era la rentabilidad de mi coste empresa. Mi edad biológica ha reemplazado cualquier recuerdo de mi aportación a la organización, y ni todo el engagement del mundo compensa mantener mi sueldo en el presupuesto de mi departamento. ¿Cuestión de números? Sí y no. Si no llegamos por ventas llegamos por costes, pero claro, la cuestión es cómo están planteados los objetivos y cómo se quieren conseguir. Lo del capitalismo consciente está bien, pero suena más a quimera de unos pocos que a voluntad de la mayoría. Seguramente mi puesto será amortizado para trocear y repartir su contenido entre mis ya excompañeros, o puede que sea ocupado por un perfil más junior, barato de por sí, al que le venderán la idea de lo importante que es el talento y las oportunidades de desarrollo futuro que tendrá. Propuesta de valor al empleado lo llaman. Lástima que cuando me ficharon el palabro no estaba de moda, porque habría preguntado por la trazabilidad de esa gestión del talento y el gran momento de la verdad que es un despido, las salidas pactadas o la prejubilación.

Mi compromiso y yo hemos salido por la puerta con la cabeza alta y el corazón -lo admito- encogido. Soy un baby boomer en plenas facultades físicas y cognitivas, pero cualquier reclutador o cazatalentos tasará mi posible nómina “al peso” de mi edad. Me va a ser difícil demostrar que disfruto aprendiendo, que me gusta trabajar en equipos multidisciplinares y diversos, que estoy orientado a la acción y que no me amilano ante las adversidades. Los proyectos en los que he participado y la experiencia que he adquirido hablan de quién soy y de cómo soy, pero de repente, la vida que he vivido le resta valor a mi talento y diseca mi potencial.

Ahora tengo mucho tiempo para pensar. Estoy organizando mis contactos, muchos de los cuales han hecho como el amor cuando el hambre entra por la puerta: salir por la ventana y si te he visto no me acuerdo. Estoy sopesando mis oportunidades, que básicamente se reducen a ejercer de consultor independiente, a dar clases en la universidad o directamente a opositar para hacerme cartero. Y le doy vueltas al futuro de mis hijos. Son buenos chicos, estudian, sacan buenas notas y son responsables. En un flash los imagino siendo mis sucesores en el puesto del que me acaban de sacar, con salarios de mileurista para perpetuar un modelo de competitividad low cost que ni de lejos -y aunque se pretenda- quiere basar su fortaleza en el talento. Casi lloro, hasta que me acuerdo de esa queja que día sí y día también oía en mi etapa de servicio activo: “No hay manera de que los jovencitos recién llegados se comprometan”. Y entonces pienso que será el karma.

Maite Sáenz, directora de ORH.

 


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