Por Maite Sáenz, directora de ORH.- En Estados Unidos se están dando casos de despidos de trabajadores que públicamente muestran un posicionamiento respecto a la guerra entre Israel y Hamás que las organizaciones consideran inapropiado. Hay empresas que han cerrado la puerta, en pleno proceso de contratación, a los estudiantes que han participado en manifestaciones mostrando una actitud que, consideran, es incompatible con sus valores corporativos. En Europa, la Medical University the Varsovia ha anunciado que tomará las medidas oportunas ante el caso de una estudiante noruega que asistió a una manifestación con el cartel “Keep the world clean” ilustrado con una Estrella de David dentro de una papelera.
Aún no he terminado esta línea y mi cerebro empieza a generar una espira de preguntas que, según crecen, introducen nuevas variables que me llevan a más preguntas:
- ¿Entra dentro de la libertad empresarial decidir qué valores personales quiere una organización en sus trabajadores?
- ¿Las ideologías expresan valores?
- ¿Difundir libremente nuestras opiniones en una manifestación, en redes sociales, etc. varía el concepto de privacidad y su aplicabilidad al contexto laboral, por ejemplo?
- ¿Estamos hablando de libertad de expresión o de cómo se expresa esa libertad de expresión?
Veamos un caso concreto, el de Starbucks, que aunque no contiene despidos -al menos que yo conozca- revela otra derivada que me complica más la reflexión porque pone en jaque sus relaciones con los temidos sindicatos norteamericanos. Según se ha hecho eco la agencia norteamericana The Associated Press, esta compañía ha acusado al sindicato Starbucks Workers United, representante de más de 9.000 de sus trabajadores en EE.UU., de dañar la marca y poner en peligro a sus compañeros de trabajo al publicar el tuit “Solidaridad con Palestina” dos días después del ataque de Hamas. El tuit fue eliminado en 40 minutos, pero la compañía afirma que generó más de 1.000 quejas, actos de vandalismo y enfrentamientos airados en sus tiendas. El daño reputacional es la base de la demanda que ha presentado para impedir que Starbucks Workers United use su nombre y logotipo. La respuesta no se ha hecho esperar: Workers United, el sindicato matriz de Starbucks Workers United, ha “contra demandado” acusando a la empresa de difamar al sindicato por deducir que con su tuit apoya el terrorismo.
En cuanto a los despidos, la mayoría de los casos que he identificado tienen en común la forma en la que los afectados han ejercido su libertad de expresión y así lo he encontrado en ambos lados de los apoyos:
- El más conocido es el de la actriz porno Mia Kalifa. «Can someone please tell the freedom fighters in Palestine to flip their phones and film horizontal?» es el post que le ha quitado el estatus de chica playboy.
- “Getting a taste of their own medicine” le ha costado su puesto de médico a una doctora del Lenox Hill Hospital de Nueva York.
- Retuitear el post satírico “Dying gazans criticized for not using last words to condemn Hamas” ha llevado al paro al editor de la revista eLife.
- En Europa, concretamente en Irlanda, una empleada de Wix posteó “Israel is a terrorist state” sin caer en la cuenta de que trabajaba para una empresa de capital israelí. Las redes han sido implacables y su salida fulminante.
- Con “They were smart to start with a country people love to hate” termina su trayectoria una actriz de doblaje en célebres series infantiles norteamericanas.
Todas son opiniones personales elevadas a la categoría de personal branding por los mismos afectados.
No he hecho una búsqueda exhaustiva porque mi objetivo no es estadístico, no quiero saber quién despide más a quién. Tampoco quiero iniciar un debate sobre si es admisible perder el trabajo por expresar tus ideas, porque de verdad que a la libertad de expresión le doy la importancia que se merece para que nos ayude a todos a entendernos más y mejor.
Sólo quería encontrar el nexo común y lo he encontrado. No me ha gustado nada porque es un callejón sin salida. Es la teoría del caos en acción. Cuando se dice que estamos en un mundo complejo no somos conscientes de cuánto. No hay pieza que se mueva que no genere un efecto mariposa que siempre empieza igual: con la despreocupación de un aleteo alegre y libre al que nos lanzamos con los ojos cerrados, el corazón desbocado y la razón fluida, por no decir desaparecida. No prevemos nada, ni de lejos la consecuencia de nuestras decisiones. Solo ejercemos nuestra libertad sentenciando que es la de todos y eso es lo que desencadena el efecto, porque somos demasiadas mariposas creyendo tener el derecho de ser las únicas de poder volar libres, alegres y despreocupadas.