Les pedimos que sean líderes pero simplemente son jefes

Maite Sáenz23 agosto 202110min

Este año, la vuelta al trabajo después de las vacaciones tiene un doble estrés: el propio del regreso y el de volver a ver al jefe en el caso de que el teletrabajo ceda su sitio a la presencialidad. Las relaciones entre empleados y superiores siempre tienen su grado de complejidad porque con ellos sucede algo parecido a la familia: no los escoges, nos vienen dados. Para casi todo son -o han de ser- nuestros referentes, y también como en la familia, a veces esperamos de ellos cosas que no nos pueden dar. Les pedimos que sean líderes pero simplemente son jefes. Al fin y a la postre, son tan humanos como nosotros.

 

Tras meses de teletrabajo, muchas empresas vuelven a la presencialidad en septiembre, con lo que eso conlleva: volver a ver al jefe. Esto puede ocasionarnos cierta inquietud, que si no gestiona correctamente, es posible que acabe generando una sensación de profundo malestar, rechazo hacia el hecho de incorporarse a la presencialidad, mal humor o incluso ansiedad. Los psicólogos de ifeel dan las claves en este informe para gestionarlo.

 

Volver a interactuar directamente cada día con un jefe con el que no conectamos después de meses de teletrabajo puede producir una enorme sensación de malestar. Gestionarlo adecuadamente depende de la reacción en que dicho malestar se concrete. A veces nuestro jefe es, simplemente, alguien con quien no congeniamos o que «nunca sería nuestro amigo», pero podemos tolerar más o menos bien su compañía. En este caso lo que sentiremos será pereza o algo parecido, pero nuestro bienestar no se verá mucho más perjudicado.

En otras ocasiones, las peores, nuestro jefe no es solo alguien con quien no conectamos, sino alguien que nos resulta desagradable o agresivo, o cuya metodología de trabajo y talante personal interfieren notablemente en nuestro rendimiento. En ese caso ya no es solo que nos dé pereza tener que compartir espacio con él/ella otra vez tras el oasis del teletrabajo, sino que empezaremos a activarnos más intensamente: nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestras emociones y nuestra conducta indican que sentimos una fuerte sensación de rechazo hacia esa persona o, al menos, hacia la relación directa con ella. Así pues, reaccionaremos en función de si lo que nos provoca la presencia del jefe es rechazo en forma de miedo, antipatía, incomodidad o falta de conexión por no sentirle como un miembro amable y bienvenido del equipo. Ante algo que percibimos como amenazante por alguna razón lo más instintivo es huir, aunque si tenemos que acudir a la oficina forzosamente quizá no hay escapatoria y hay que optar por algo más del tipo aislarse, evitar el contacto lo máximo posible y tomar distancia no solo física sino también mental y  emocional (no obcecarnos en nuestra aversión sino recordar que nuestra relación con el jefe y nuestra misión junto a esa persona va más allá y que no sirve de nada estar de morros permanentemente, o temblando cada vez que nos requiere para algo). Centrarnos en la tarea y buscar la compañía y complicidad de compañeros con los que sí conectamos pueden ayudarnos a ello.

Los psicólogos de ifeel nos dan algunas ideas para afrontar el reencuentro con la mirada puesta en mejorar la relación con nuestro jefe a largo plazo:

  1. No pretendas imposibles. A veces la mejor manera de cuidar las relaciones es asumirlas como son y conservarlas en el punto en el que están para que no vayan a peor. Esto es lo que sucede cuando no tenemos la suerte de contar con un jefe agradable, solvente, abierto y disponible, sino con alguien con quien no encajamos y con el que siempre tenemos que esforzarnos para que fluya la comunicación. En estos casos debemos aprender a observar lo que es y no lo que debería ser la relación, asumiendo que de donde no hay no se puede sacar
  2. No intentes cambiar a la gente. Las relaciones nos cambian, pero solo si a nivel individual estamos abiertos y dispuestos a dejarnos influir por el otro. Tu jefe tiene sus carencias (o características que a ti no te gustan) y algunas de ellas no van a transformarse en virtudes solo porque te empeñes en ello. Por supuesto, no intentes hacer de jefe de tu jefe, dirigiendo sus actividades o sugiriéndole indirectamente cómo tiene que hacer su trabajo.
  3. No busques amigos o padres en tus jefes. A veces, en función de nuestras necesidades relacionales, buscamos inconscientemente establecer con nuestro jefe una relación de la que esperamos que nos aporte diversión, reciprocidad, protección, guía… Un jefe puede aportarnos todas esas cosas, por supuesto, pero debe hacerlo siempre desde su rol, no desdibujando los afectos y comportándose de manera demasiado desenfadada o sobreprotectora. De la misma manera, nosotros no debemos pasarnos de “simpáticos” ni tampoco infantilizarnos.
  4. Aprende a manejar las asimetrías de la relación. Por mucha confianza que tengáis, tu jefe es tu superior y hay que conservar ciertas distancias. Que os llevéis bien no significa necesariamente que seáis amigos, y que tú le aprecies no quiere decir que él/ella te aprecie de la misma manera. Cada uno tenéis diferente responsabilidad dentro de la relación, no sois dos iguales que trabajan juntos. En algún momento puede que las cosas se tuerzan, que tenga que ponerse serio contigo o que tengáis que afrontar la solución de un problema grave que os implica a ambos. Si tenéis los roles bien diferenciados y no superáis ciertas barreras será más fácil fluctuar entre un registro serio y otro más distendido.
  5. Dale seguridad. No tienes que ser agresivo o enérgico para aportar a tu jefe una imagen de seguridad, basta con que le transmitas confianza en ti mismo y comprensión de las instrucciones que se te dan y que, por supuesto, le hagas ver que el trabajo está bien hecho. Los jefes al final valoran más los resultados que las palabras.
  6. No te dejes intimidar. Algunos jefes pueden ser duros, inaccesibles o imponer mucho por su nivel de autoridad y conocimientos. Sea como sea, también son personas: se equivocan, enferman, se agobian, dudan… Respetar a tu jefe no es vivir con miedo, sino saber observarle con sus cualidades y sus defectos para que os podáis comunicar de una manera fluida.
  7. No te desgastes tratando de impresionarle. Es cierto que, sobre todo cuando acabamos de llegar a una empresa, o cuando sentimos que por alguna razón nuestro rendimiento está en entredicho, apretamos el acelerador y queremos demostrar intensamente nuestras capacidades. Sin embargo, muchas veces eso nos puede llevar a sobreactuar o a resultar cargantes. Aunque debemos saber vender bien lo que hacemos, a menudo nuestras capacidades se demuestran por los resultados que vamos produciendo, no hace falta estar cada dos por tres reivindicándonos o intentando generar una impresión intensa en nuestros superiores, ya que eso no siempre es bueno para la relación.
  8. Demuéstrale que le escuchas y que le entiendes. Los jefes buscan empleados autónomos, pero se ponen muy nerviosos cuando tienen la sensación de que los empleados hacen lo que les parece, sin tener en cuenta las instrucciones que se les han dado. Haz que tu jefe perciba que recibes con atención sus mensajes, comunícaselo y ponlos en práctica, es justo lo que necesita para sentirse bien contigo.
  9. Infórmale de lo que te va bien. Dile qué necesitas para sentirte bien o, al menos, de qué cosas te hacen sentirte mal. Esto no siempre es posible, porque requiere un gran nivel de confianza entre ambos. No obstante, siempre que puedas, transmite a tu jefe directa o indirectamente qué actitudes funcionan mejor contigo y cuáles, en cambio, hacen que te pongas más nervioso y rindas peor. A veces es tan sencillo como proponerle cuándo es mejor para ti hacer las reuniones semanales o cuánto tiempo necesitas exactamente para realizar una tarea concreta.
  10. Comunícate desde la sinceridad. Obviamente todos queremos manejar la información con habilidad y discreción para que no nos perjudique y para no molestar a nuestro jefe con cuestiones que no son asunto suyo, que él/ella no puede solucionar o que es mejor que resolvamos por nosotros mismos. Sin embargo, la actitud idónea para que la relación funcione y haya confianza es ser sincero, admitir los errores, pedir ayuda antes de que las dificultades se conviertan en crisis y dar opiniones cuando se nos piden de una manera honesta y no hiriente.

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