No nos engañemos; no hay una verdadera cultura de la diversidad sin una «cultura de la disidencia». Podemos abrir nuestras organizaciones a todos los colectivos diferentes que representan la realidad social actual, podemos llenar nuestro marketing como empleador de colores, mascotas y logos inclusivos, podemos hacer grupos de trabajo para que los prejuicios caigan y se abran las puertas de par en par a la integración…, pero la verdadera diversidad es la de las ideas.
Ser disidente con propósito es un actitud; la siembra el líder pero hacerla crecer es responsabilidad de cada persona.
Como sucede con todos los procesos organizativos, el debate también tiene una perspectiva saludable. Si se desarrolla desde el respeto y el objetivo de contribuir a una misión común, la «disidencia» puede ser productiva en términos de innovación, de resolución de problemas, de eficiencia de los procesos, de retención del talento… y también para evitar los fracasos. BCG pone como ejemplo cuando «en 1921 William Knudsen, uno de los mejores ingenieros de Ford Motor y un destacado experto en producción en masa flexible, le ofreció a Henry Ford sus bocetos para producir modelos T personalizados, el autocrático fundador de la compañía simplemente no le escuchó. Ford pagó un alto precio por no participar en un debate con un subordinado; poco después, Knudsen se unió a General Motors e implementó sus ideas como jefe de Chevrolet, reduciendo la brecha de ventas del Modelo T a Chevy de 13:1 a 2:1 en solo cinco años». El error tuvo doble consecuencia: la innovación se la llevó la competencia y el talento también.
¿Qué actitudes frenan la cultura de la disidencia? En primer lugar, convertirla en la cultura de la negación; siempre hay quien replica sin sentido, los que expresan su disconformidad desde la crítica destructiva…, son los “anti-sistema” infiltrados en la organización. También hay que estar atentos a los que practican la disidencia desde el ego salvador: sus ideas por encima de las de los demás y para dar brillo no al rendimiento del equipo sino al del individuo creador. ¡Ah! Y se me olvida completar la terna con los que disparan a todo tipo de “creaciones”; para ellos la tormenta de ideas es literalmente un jarro de ocurrencias “paridas” a lo loco, como lanzar pintura de colores sobre un lienzo y a ver lo que sale. Vale que la creatividad se inspira en contextos abiertos donde las referencias se amplían, pero ojo con ponerle un imán a la brújula para desnortarla por completo porque acabaremos perdidos en un debate estéril y la obra de arte se nos quedará en chapuza de principiante. No nos aportará ventaja competitiva alguna y nos hará perder mucho tiempo.
Y por el contrario, ¿qué actitudes la potencian? Pues yo la resumiría en una única: la generosidad que nace del entusiasmo por el trabajo que hacemos, del respeto por el de nuestros compañeros y de la convicción de que con él no sólo “estamos” sino que “vamos”, “creamos” y “mejoramos”. En definitiva, ser disidente con propósito. Estar abiertos a la disidencia de ideas es un auténtico motor inspirador para cualquier organización. Lo difícil es favorecerla sin encorsetarla y a, la vez, sin que se desmande.
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