Tres figuras de la historia que son ejemplo de cómo liderar equipos

Maite Sáenz18 octubre 20229min

Por Luis Fernando Rodríguez, CEO de Watch&Act.- El mundo se transforma gracias a quienes llevan las riendas de los estados, las economías, las causas sociales y también las empresas. La forma en que ejercen su liderazgo, su capacidad de unir voluntades y arrastrar a quienes les rodean hacia un fin común y, por supuesto, las decisiones que adoptan en cada momento, terminan dirigiendo los pasos de las sociedades, de la humanidad, hacia un destino, un modo de vida, un modelo económico, unas creencias, un tipo de consumo y una serie de tendencias que dan forma a las diferentes etapas de la historia, desde la más antigua hasta la más reciente.

Hoy hablamos mucho de nuevos modelos de liderazgo, de que la sociedad actual necesita un tipo diferente de líderes más emocionales y empáticos, comprometidos con las personas, exigentes pero motivadores, capaces de generar entusiasmo y de empoderar a sus equipos, y de ganarse su respeto y confianza a través de la credibilidad y la transparencia. Hablamos de esto en contraposición con el jefe dictatorial y autoritario, que ha existido, y durante mucho tiempo, en nuestra sociedad. Pero también hay que destacar que los valores fundamentales del buen líder en realidad no han cambiado tanto (que existiera ese otro perfil de jefes no quiere decir que fueran buenos). Y prueba de ello es que, a lo largo de la historia, podemos encontrar figuras realmente inspiradoras y ejemplo a seguir incluso hoy.

 

Probablemente a muchos se nos vengan a la cabeza nombres como los de Gandhi o Martin Luther King en el ámbito de la política, o tal vez Henry Ford o Bill Gates en el terreno empresarial. Pero hoy, para celebrar el Día Internacional del Jefe, desde Watch&Act hemos querido rescatar estas tres figuras destacadas que supieron liderar, emocionar y transformar, y que merecen toda nuestra admiración y respeto: «La Malinche», Mijaíl Gorbachov y Juan Manuel Fangio.

 

Una revolucionaria: la Malinche

La Malinche fue una mujer cuyo papel resultó clave para la conquista de México. Había nacido en el año 1500 en lo que hoy es Veracruz, situada al sureste del Imperio Azteca. Con 19 años fue entregada a los españoles como esclava, pero se convirtió en intérprete, consejera e intermediaria del conquistador Hernán Cortés (y después llegó a ser la madre de su hijo Martín, considerado uno de los primeros mestizos del país).

Ella era conocedora de primera mano del contexto en el que se estaba desarrollando la conquista: los españoles llegaron a aquellas tierras sin saber nada de su cultura, sus creencias, su forma de trabajar o de entender la vida; mucho menos iban a saber cómo motivar a la población hacia el objetivo que ellos perseguían.

La Malinche actuó como un jefe intermedio, siguiendo la estrategia bottom-up y utilizando su inteligencia para, sin tener el poder, ganarse la confianza del jefe superior y dirigir sus pasos desde abajo. Para ello, supo transformar con sutileza el discurso muy directo a veces de los españoles y construir un relato que tanto Hernán Cortés como el emperador azteca, Moctezuma, le ‘compraron’. Y gracias a su intervención, los dos imperios se fusionaron. Es un ejemplo brillante de cómo un jefe de equipo tiene que a veces mandar hacia arriba de una forma tremendamente sutil.

 

Un visionario: Mijaíl Gorbachov

El recientemente fallecido Gorbachov fue el jefe de Estado de la Unión Soviética entre 1988 y 1991, y artífice de su desintegración. Desde 1985, año en el que fue elegido secretario general del Partido Comunista, empezó a transmitir el mensaje de que la economía del país estaba estancada y que se necesitaba poner en marcha un proceso de reforma (perestroika en ruso) política y económica.

Sin entrar a analizar los efectos de su estrategia en la reconstrucción económica del país, lo que no se puede negar es que su visión fue más allá y supo ver con claridad que el modelo de gobierno de la URSS no podía sostenerse por más tiempo. En 1986, en una reunión con el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, cogió su silla del otro extremo de la mesa, la puso junto a él y le dio la mano, diciéndole: “No saldremos de aquí sin un compromiso de hacer que nuestros pueblos se respeten, admiren y construyan juntos un mundo mejor”. Ese día cambió el mundo.

La senda arrancada con su mandato supuso una transformación no solo de su país, sino de la forma en que este se relacionaba con el resto de países y, por tanto, del equilibrio mundial. La caída del muro de Berlín y del sistema de bloques, el fin de la Guerra Fría, el inicio de una apertura económica, un cambio de cultura más democrática… Gorbachov supo luchar con fuerza por defender sus creencias, y lo hizo gracias a su capacidad de dirigir a sus equipos, al Politburó y a todos sus ministros hacia un nuevo objetivo, ganándose la simpatía y la confianza de la comunidad internacional.

 

Un campeón: Juan Manuel Fangio

Fangio (1911-1995) fue un piloto de automovilismo argentino, considerado uno de los más destacados de todos los tiempos, siendo a día de hoy el de mejor promedio de victorias. En los años 50 compitió para las escuderías Mercedes, Maserati, Alfa Romeo y Ferrari, consiguiendo cinco títulos mundiales de Fórmula 1 y dos subcampeonatos. Obtuvo 24 victorias, 35 podios, 29 pole positions y 23 vueltas rápidas en 51 Grandes Premios. Mantuvo durante un extenso período el récord de títulos en Fórmula 1 hasta que fue desplazado por Michael Schumacher en 2003.

A alguien le puede extrañar que un piloto sea un ejemplo de líder de equipo, pero Fangio lo era. Más allá del individualismo de ponerse él solo al volante, sabía dirigir y motivar a sus ingenieros, a los técnicos y a toda la escudería, transmitiéndoles sus sensaciones con el coche y su exigencia de ir siempre más allá, de jugársela siempre un poco más para ser cada vez más competitivos.

El piloto fue autor de varias frases que han pasado a la historia. En una de ellas afirmaba: “Cuando noto que controlo la carrera, sé que voy a perder”. Esta frase transmite su deseo de salir de su zona de confort para autoexigirse siempre un esfuerzo más, pues es ahí donde aparecía su magia y podía ganar la carrera. Con esa cultura del esfuerzo es como conseguía motivar y apasionar al equipo, exigiéndole y a la vez empoderándole.

En resumen: entender el contexto, identificar las fichas en el tablero, empatizar y sobre todo, accionar para aprender y mejorar una y otra vez. No hay nada nuevo que inventar, pero sí muchos referentes en los que fijarse para ser mejores jefes, mejores líderes y mejores personas, para conseguir, también, construir un mundo mejor.

Photo by Wim van ‘t Einde on Unsplash.

 


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