Ronda por las redes un artículo de Tino Fernández titulado “La habilidad de habilidades: por qué hay que ser un superaprendiz”, que destaca la importancia del aprendizaje y de la rapidez con la que cambian las habilidades sobre todo tras la irrupción de lA. Aporta varias fuentes interesantes, una de ellas las habilidades Delta de McKinsey, que identifica 56 habilidades y las clasifica en 4 categorías; cognitivas, digitales, de autoliderazgo e interpersonales.
Para meternos un poco en materia y no quedarnos en la superficie veamos a qué se refiere cada categoría:
- En la categoría de lo cognitivo encontramos el pensamiento crítico (razonamiento lógico, comprensión de sesgos etc.), la planificación y las formas de trabajo (pensamiento ágil, desarrollo de planes operativos etc.). Ninguna de ellas nueva, pero es cierto que algunas han sido y siguen siendo muy ignoradas como la creatividad y el pensamiento crítico, por mucho que se hable de ellas, querer entrenarlas es harina de otro costal.
- La categoría de lo interpersonal alude a cómo nos relacionamos, movilizamos sistemas, edificamos comunidades, desarrollamos conexiones y contiene la negociación, la empatía, la colaboración, la conciencia organizacional base de la cultura corporativa. Todas ellas archiconocidas, pero de las más difíciles de trabajar en entornos hostiles y a la vez frágiles como el actual, dada la sensación de autoaislamiento también generado por una equivocada aproximación a la tecnología, a las RRSS y las pantallas.
- La categoría de la autogestión-autoliderazgo pone el foco en la relación que tiene el individuo consigo mismo y la formación del carácter como fundamento del comportamiento profesional. Aquí encontramos la automotivación, la regulación personal, el coraje, la pasión, la toma de decisiones, la perseverancia, la ética entre muchas otras. Esta es sin duda el corazón y el motor de ese “superprofesional” o para mí, del buen profesional.
- En la categoría de lo digital tenemos la alfabetización y la ética en ese entorno, el diseño y la programación, la ciberseguridad, el manejo de datos, pensamiento computacional y algorítmico etc. Quizá sea aquí donde encontramos más novedad tecnológica, pero sobre todo donde más cambio y más velocidad de aprendizaje se exige. Es por eso que el pensamiento crítico nos permitiría realizar aquí un análisis de lo que realmente necesitamos como empresa y como profesional y diseñar una estrategia acorde a ella para no ir como pollo sin cabeza despilfarrando recursos y esfuerzos.
Estas cuatro categorías suponen trabajo en el plano mental, social y de acción del profesional, más la tecnología correspondiente a este tiempo. Nada nuevo en el horizonte pues.
Así que una vez más, para construirnos como un “buen profesional” o una “empresa profesional” y seleccionar bien dónde queremos poner nuestros esfuerzos, tanto empresas como personas, necesitamos tres cosas:
- la primera: querer serlo y tender hacia la excelencia (categoría de autoliderazgo),
- la segunda: saber en qué somos buenos,
- y tercera: qué necesitamos actualizar para seguir siéndolo.
Estas dos últimas necesitan una buena selección de habilidades de las otras tres categorías.
El superaprendiz superprofesional. Nuestro particular “Supercoco”
El artículo también hace referencia a varios estudios, uno en concreto “The rise of the superworkers, de The Josh Bersin Company”. Sobre esta referencia y otra información que ya poseemos y debemos contrastar, os invito a aplicar un poco de ese pensamiento crítico, entrenando así una de esas “superhabilidades”.
Según el artículo, uno de los aspectos que concluye el estudio de “The rise of the superworkers” es “que las empresas que transforman sus modelos de trabajo, redes de talento, estructuras y cultura, favorecen la gestión del talento para maximizar el valor de la combinación entre persona e IA para que cada empleado pueda actuar como un superprofesional”. De aquí no puedo resistirme a subrayar la palabra “Superprofesional”. ¿No os recuerda a la escena de nuestro amigo Pazos en la película Airbag, “profesional, muy profesional”? -hay que ponerle el tonillo gallego-. Y también me ha traído a la mente a nuestro entrañable “supercoco” (los boomer y los X lo recuerdan perfectamente).
Siempre me ha llamado la atención lo hiperbólicos que podemos ser los humanos; de hecho, no me disgusta porque me parece un rasgo nuestro muy divertido y porque creo que la hipérbole es lo que le sobra a la pasión, y entre tanto gris en el camino a veces no viene mal alguna extravagancia. Pero cuando llevamos la grandilocuencia del storytelling a nivel “estratosférico” (valga la exageración) para destacar, vender y/o convencer de algo que ya está dicho y no es nuevo, pero queremos que lo parezca renombrando, ahí ya me rechina. Y me rechina por dos motivos:
- el primero, porque nos pone otra vez en la alerta ansiosa del “corre-corre que te quedas fuera”,
- y segundo, porque me recuerda que “tenemos tanto callo” que la belleza de lo sutil no nos inmuta y la exageración se nos muestra como una llamada de atención entre tanto ruido.
Lo mismo le ocurre a la palabra “superaprendiz”. Lo que nos están diciendo ya algunos estudios es que, con la IA, el cerebro vaguea aún más que en su tendencia natural. Muchos de nosotros nos conformaríamos con que las gentes de nuestro entorno laboral sean “buenos profesionales y tengan ganas y empeño en aprender y desaprender”, porque con eso ya irían mejor los equipos y los resultados; lo de super lo dejamos para el slogan y el hastag. De nuevo es querer venderle un Ferrari a alguien que no sabe conducir bien todavía, pero lo compra porque quiere estar en nivel PRO.
Otra conclusión del estudio nos dice que “las habilidades cambian tan rápido que lo que era relevante hace pocos años puede dejar de serlo, p.e los roles con IA demandan un 36,7% más requisitos de habilidades cognitivas”. Aquí aparecen ellos solitos la memoria y análisis crítico, y me asalta como un resorte otra información en mi cabeza con la que entra directamente en contradicción: una investigación del MIT que menciona Maite Sáenz en un post y que explora el desarrollo neuronal y conductual de la escritura de ensayos asistida con IA. El experimento tenía como objetivo escribir un ensayo y se realiza con tres grupos de participantes, uno utilizando motor de búsqueda, otro utilizando IA y otro sin utilizar ninguno. La conclusión es que la conectividad cerebral -el nivel cognitivo- fue mayor en el grupo de solo cerebro, es decir, más conexiones neuronales cuando no se usaba IA.
Habría que profundizar más en estos estudios y analizarlos en profundidad porque me inquieta la ecuación subliminal que parece destilarse: Humano + IA = superaprendiz superprofesional. Yo me inclino más por: Humano profesional + aprendizaje + IA entrenada = resultados y eficiencia para todos los actores, profesionales, empresas y clientes.
Comentaba hace unas semanas en un artículo anterior titulado Aprendizaje, memoria e IA: el triunvirato de la inteligencia humana, que para seguir entrenando la inteligencia humana y conseguir aumentarla con la IA tenemos que darle espacio y valor a la hoja en blanco y continuar aprendiendo, y para ello son necesarios dos elementos indisociables: la memoria y el aprendizaje profundo, ambos los básicos de la inteligencia humana para ser solventes en tiempos de inteligencia artificial. Ejercitarlos implica:
- Desarrollar un aprendizaje funcional creando conocimientos duraderos y transferibles para aplicar lo que se aprender a contextos diferentes a aquel en el que se han aprendido. Este tipo de aprendizaje nos surve para interpretar información, resolver problemas y tomar decisiones.
- Y practicar un aprendizaje productivo, aquel que hace realidad que cuanto más sabemos más amplia y profunda es la red de memoria semántica, más conexiones, más y mejor aprendemos.
Conclusiones de una eterna aprendiz
Estoy de acuerdo con una afirmación que hace el autor del artículo: “El aprendizaje es la plataforma que permite el tránsito desde la competencia a la excelencia profesional”. Partiendo de esa metacompetencia que es el aprendizaje, que siempre lo ha sido y siempre lo será, hemos de crear una estrategia con sentido para saber qué necesitamos aprender y qué desaprender en base a nuestro momento, nuestra función, nuestro desempeño y nuestros objetivos. Sin embargo, me gustaría recomendar dos actitudes/habilidades más e incluir en este camino de aprendizaje “futurista”, que tampoco son nuevas; de hecho, son antiguas:
- La primera es la curiosidad, elemento primigenio para la exploración sin miedo y sin complejos, para la creatividad y el descubrimiento que nos ha traído hasta aquí.
- La segunda, el uso del silencio, necesario para escuchar, necesario para ralentizar y poder pensar, para reflexionar, analizar e interiorizar el aprendizaje. Faltan espacios de silencio en el aprendizaje.
Es curioso, pero no nos es fácil reconocer que la palabra aprendiz nos gusta usarla, porque el termino está de moda, pero no aplicárnosla, porque lo de admitir que uno no sabe de todo, que está en ello, que duda, que está perdido entre tanta aplicación, que uno no es un experto… no nos gusta. Pensamos que reconocerlo nos hace débiles, vulnerables y no válidos, pero si no lo reconocemos no podemos aprender. Echad un vistazo por Linkedin, hay perfiles que han pasado de recién licenciados (ahora graduados) a expertos en asesorar a directivos y empresas pasando de ser superaprendiz a superprofesional a la velocidad de las redes sociales. Debe ser la “hipervelocidad del aprendizaje estilo Supercoco”.