Por Maite Sáenz, directora de ORH.- ¿Qué es la sostenibilidad, dices cuando clavas en mis objetivos tus objetivos para un mundo mejor? La sostenibilidad es -déjate de monsergas y prioriza bien- educar. Sin eso no hay futuro que valga, ni verde, ni neutro, ni respetuoso, ni diverso. Pero por mucho que miro y remiro cómo se declina el ODS “educación de calidad” en nuestra agenda patria 2030 sólo veo el rastro de un despropósito suicida que compromete seriamente nuestra verdadera sostenibilidad. Estamos en el punto en que reducir las emisiones de CO2 es más importante que aumentar las capacidades de adaptación al mundo que viene de aquellos a los que se lo vamos a legar. Sin negar el calentamiento global, me preocupa mucho más esa otra patata caliente que como herencia vamos a dejar.
Lo que a lo largo de los siglos nos ha permitido imponernos a las demás especies es nuestra capacidad de pensar. Si dominamos es porque pensamos y esto es así porque pensando encontramos soluciones a problemas complejos que ningún otro animal puede enfrentar. El pero de esta idílica supremacía es que generamos tantos o más problemas que los que somos capaces de solucionar.
Mi buen amigo Roberto Rodríguez dice que ya no estamos en la era del conocimiento sino en la del pensamiento y ha sido al ponerme a reflexionar sobre ello cuando me he dado cuenta de que estamos creando un problemón de tamaño interestelar, cósmico, muy a lo Carl Sagan, porque nos estamos desprendiendo, voluntaria y conscientemente, de la única capacidad que nos ha hecho sobrevivir a lo largo de los siglos, el pensamiento humano y su expresión en forma de pensamiento crítico, analítico, resolutivo, integrador, conector, empático…, para confiárselo a los artefactos de todo tipo y no sólo a la inteligencia artificial.
Lo de la tecnología como facilitador se nos ha ido de las manos. Entre los 2 y los 18 años nuestros hijos pasan tanto tiempo utilizando dispositivos móviles como el equivalente a 30 cursos escolares y no, no aprenden en la misma proporción ni de lejos. No lo digo yo, lo retrata Pisa. El «empantallamiento» educativo no parece incrementar la eficacia del proceso de aprendizaje en entornos de baja exigencia. El retroceso en conocimientos básicos de letras y ciencias provoca, por evasión del esfuerzo que implica adquirirlos, una regresión más profunda que deja a nuestros escolares, bachilleres y universitarios con la cabeza a medio amueblar para poder entender que entre el blanco y el negro no sólo hay una gran escala de grises indeterminados sino también un núcleo básico de colores claramente definidos. Leer, escribir y calcular es mucho más que saber leer, saber escribir y saber calcular, es saber pensar. Y respecto a memorizar, ¿vale de algo o lo podemos externalizar y consultar a voluntad? El conocimiento acumulado vale para saber preguntar. Un cerebro hueco es una mente frágil pues carece de recursos para entender por qué está donde está, de dónde viene y a dónde va.
Países como Suecia están volviendo a los libros de texto de toda la vida porque leer en hojas de verdad y escribir con lápiz de punta real ayuda a fijar la atención y a pensar.
No es que la era del pensamiento vaya a sustituir a la del conocimiento, es que no transitaremos del uno al otro sin haber pasado por el arduo, trabajoso y vasto camino que implica aprender para que la resiliencia sea lo que siempre fue: fortaleza. La complejidad del mundo sólo puede ir a más y no podemos afrontarla alentando la fragilidad.
– «¿Qué es la sostenibilidad, mamá?».
– «¿Y tú me lo preguntas?. Sostenibilidad eres tú».
