Lo de los polluelos del pingüino emperador sí que es un onboarding inmersivo. Sin manual de acogida, sin mentor que les guíe, sólo ellos en su orden y con las aglomeraciones justas. Parece que van tranquilos pero la realidad es que les conduce el instinto: para aprender a nadar hay que caer de muy alto, y en su hábitat, o nadan o dividen por dos las posibilidades de su supervivencia (sus patitas rechonchas dan para pasitos cortos con cero opciones ante un oso zampón). Se lanzan al vacío sabiendo respirar agua arriba y emergen del salto habiendo aprendido a hacerlo aguas abajo. Rápido e indoloro, que hace frío en la cola.
A diferencia de los pingüinos, los humanos en sus primeros pasos somos tremendamente pesados. Todos son como poner un pie en la Luna aunque estemos condenados a darlos. En todos necesitamos un onboarding que nos lleve de la mano aunque de boquilla digamos “déjame, que yo puedo solito”.
Ese es el drama de la acogida en las empresas. Al onboarding formal no le falta un solo detalle del kit de bienvenida al recién nacido, pero la acogida operativa es un parto sin cesárea y no sólo porque falle el proceso. La curiosidad del recién llegado ha de superar lo establecido en los procedimientos y eso debería ser también objeto de encaje persona-cultura-puesto.
Por si fuera poco me cuentan que cada vez la acogida se extiende más en el tiempo porque faltan seniors que dirijan el proceso como de verdad funciona, día a día y puesto a puesto. Cada vez hay más equipos de juniors y los que yo llamo pre seniors a los que les falta pegamento interno. Entre los que no conocen el saber hacer del negocio y los que aún no lo han completado suman mucha voluntad pero poco operativa, y el resultado es una tropa de pingüinos empujados a saltar sin tener la conciencia clara de qué les salva y qué les condena.