Profesionales del «hoy no, mañana»

  11/12/2025
  9 min.

Todo aquel que lleva un tiempo en el mercado laboral y que haya estado en más de una organización de cualquier tamaño, o bien sea un profesional liberal o empleado de pequeña empresa que interacciona que otros profesiones independientes y otras pequeñas empresas, ha tenido la oportunidad de conocer con perplejidad la existencia de una especie única de la fauna profesional, una tipología de perfil digna de estudiar, hombre o mujer, junior o senior, lo mismo da, que al principio genera expectación, después dudas, y por último, decepción.

Este singular perfil se caracteriza porque deslumbra con su “relato” inicial, pues te cuenta que visualiza el potencial y anticipa resultados como si leyera el futuro, que promete logros con una seguridad pasmosa, que se erige como un entusiasta de tu trabajo y asegura estar hiperconectado para, cual trovador, contar tus hazañas y traer bonanza. Pero con el tiempo, este perfil te demuestra que vive instalado cómodamente en una eterna promesa que nunca llega pero que justifica: “Esto lleva su tiempo”, “lo que estoy preparando va a ser disruptivo” o “estoy a punto de cerrar algo grande”. Se desvela entonces un perfil que abarca mucho y aprieta poco, que pica de todo y no remata nada, que no terminas de ver claro lo que sabe ni lo que es capaz de hacer, pero que, con un movimiento de manos cual prestidigitador, te convence de que no es indefinición o dispersión, es un slogan: “No me defino porque me limito”. Y tú, en tu perplejidad, intentado levantar la mandíbula del suelo, vas encontrando una certeza: la incoherencia entre lo que dice y lo que hace.

A lo largo de la historia a este personaje se le ha conocido por varios nombres: vende humos, vende motos, encantador de serpientes y, más recientemente, «cuñado laboral». Como este “artista de la expectativa” se ha sofisticado con el tiempo, y reconozco que despierta mi curiosidad, le he dedicado atención a su análisis y le he rebautizado de nuevo en función de la demostración de sus destrezas. Veamos dos de estos bautismos.

El arquitecto del “casi” que profesionaliza las promesas

Vive en modo José Mota: “Hoy no, mañana” (ponedle vosotros el tonillo). Le da alergia lo concreto y por eso, cuando le pides un plan detallado con fechas, hitos, métricas…, se desdibuja, se vuelve genérico, evasivo, huye de lo específico porque la concreción desnuda su promesa y “pierde el relato”. La rendición de cuentas le pone nervioso, lo vive como falta de confianza, lo interpreta como presión y lo siente casi como una ofensa personal. Prefiere ser expansivo, venderse como estratégico sobrevolando el objetivo, pero no planifica ni se organiza para conseguirlo.

Le ampara una época en la que se da más importancia al “parecer” más que al “ser”, en la que se valora la iniciativa aunque no llegue a término y en la que el entusiasmo atrae más que la disciplina. Es el ecosistema ideal de este “profesional de las promesas” porque le permite vender ilusión, capitalizar expectativas y moverse rápido en la lógica del “mostrar” más que en la del “hacer”. Todo un funambulista del presente y un ilusionista del mañana al más puro estilo de la película “Ahora me ves”. Es un perfil nómada, permanece un tiempo mientras la magia hace su efecto y cuando es descubierto migra a otro lugar para comenzar de nuevo el espectáculo.

El talento inflacionario: el coste de la burbuja del desempeño

Dícese del profesional cuyo talento cuyo valor se sostiene más por su narrativa que por la evidencia de hechos: su storytelling distrae del cumplimiento. Su principal herramienta no es la competencia, sino la autodeclaración de competencia, y por ello le cuadra perfecto el fenómeno económico de la inflación para definirle, ya que su valor subjetivo está inflado respecto al valor real que aporta. Hay quien se autoengaña creyendo sinceramente que es mucho más competente de lo que demuestra, o quizá está cegado por su propio ego, atrapado en un espejismo interno de grandeza, o sencillamente manipula las expectativas para comprar tiempo, ganar indulgencias o aprovechar la confianza de quienes le dan oportunidades.

El autoengaño es la forma más peligrosa de ignorancia porque quien la padece “no sabe que no sabe” ¡Si Sócrates levantara la cabeza! Hay profesionales que viven así, creyendo que tienen el nivel que no tienen, la constancia que no practican y la disciplina que nunca ejercen.

Este autoengaño se sostiene en tres mecanismos:

  • El primero, la narrativa del potencial: “Sé que puedo, aunque nunca lo haya hecho”.
  • El segundo, la hiperidentidad profesional: “Soy así, aunque no lo demuestre” (lo peor es que lo creen de verdad).
  • Y el tercero, la psicología del atajo: “Lo importante es la actitud y el talante, el detalle técnico ya llegará”. En el fondo no es maldad, es incapacidad de verse, pero, al fin y al cabo, todos lo perciben como incompetencia y/o oportunismo.

En la gestión del talento estos comportamientos son particularmente delicados porque afectan directamente a la percepción de la coherencia y a la confianza, y por tanto, minan la credibilidad y la reputación del profesional. El mercado laboral actual, tan obsesionado con la actitud, el potencial y la energía, ha olvidado algo esencial: la profesionalidad es, sobre todo, un compromiso con la realidad porque los negocios viven de acciones, no de intenciones. Las organizaciones necesitan menos relato y más rigor, menos épica verbal y más disciplina silenciosa, más que nada porque impacta en la cuenta de resultados.

Y la culpa siempre es del otro

Cuando quienes prometen sin cumplir empiezan a quedar expuestos y se les ven las costuras, activan el mecanismo de “la inversión del problema”. De repente el problema no es su falta de conocimiento y acción, sino la falta de paciencia del entorno, la falta de visión del líder, la presión excesiva, la falta de comprensión o unas expectativas “demasiado altas”. Este desplazamiento es un clásico en psicología organizacional: cuando el ego se siente amenazado busca culpables fuera y aparece el patrón de las excusas elegantes; faltó tiempo, no entendéis el enfoque, habéis sido impacientes, etc. Acciona entonces un acto de exo responsabilidad y se viste de retirada voluntaria por no entendimiento mutuo. Vamos, lo de la fábula de la zorra y las uvas, las dejo porque están verdes.

Mientras, la persona que seleccionó o que dio la oportunidad siente que falló en su propio juicio y se activan emociones como la incredulidad y la duda de uno mismo: “¿Cómo no lo ví?. Quizá es que veía lo que quería ver. Es fácil caer en el autosabotaje, pero la realidad es que no es sencillo identificar a estos perfiles en tiempos y distancias cortas, por eso piensa que confiaste y diste una oportunidad, y que de sabios es rectificar. ¿Pero cuándo hacerlo? Cuando ves que el equipo empieza a cubrir la ineficiencia de esa persona, cuando sientes que tú estás tirando de asuntos de los que debería tirar él o ella, cuando te pillas justificando comportamientos, aplazando conversaciones incómodas y comienzas a sentir cansancio y desgaste porque sostienes a quien debía sostener su propio rol.

Estos “profesionales de la promesa”, arquitectos del “casi”, talentos inflacionarios que devalúan nuestro tiempo, esfuerzo y dinero, no suelen presentarse como tales, no llevan visible su inconsistencia. Al contrario, parecen perfiles dinámicos, entusiastas y amables. La única forma de reconocerlos es analizar su patrón de comportamiento, no solo su presentación. Es normal ser seducidos por ellos, tienen carisma, verbo, conectan emocionalmente. Tienen una habilidad interpersonal innata y real, pero está mal orientada, solo sirve para ocultar la brecha entre la expectativa creada y la realidad.

Se busca profesional medio sin promesas ni autoengaños

Ser profesional de verdad implica ser honesto con lo que un@ sabe y sabe hacer para ofrecer un buen desempeño y rigor en el oficio. Pero además se espera de él o ella que sepa leer el contexto laboral para que despliegue su saber estar, y con esto me refiero a saber moverse en lo que procede o no en dicho entorno. ¡Es que hasta en los básicos fallan! Por eso llegan al extremo de confundir, por poner algunos ejemplos simples, la flexibilidad con la autodeterminación horaria, o ser autónomo con obviar las necesidades de disponibilidad ante tu cliente. Y cuando los básicos fallan, el surrealismo aflora y no das crédito a lo que ven tus ojos, empiezas a dudar de si lo que tienes delante es inmadurez, limitación, incapacidad por autoengaño del profesional o si es que realmente estás siendo objeto de una tomadura de pelo.

En un mercado saturado de grandilocuencia y personalismo, con perfiles que piden a gritos un feedback en directo porque ves que viven en un universo paralelo, ya no obsesiona a los responsables, directivos o pequeños y grandes empresarios la búsqueda de talentos extraordinarios, porque en muchos casos pueden salir “inflacionarios”. Se busca la normalidad disciplinada, esa profesionalidad serena que no necesita de protagonismo, que no promete en exceso y que no vive de lo que dura la oportunidad de las expectativas ajenas, sino de los propios hechos.

Consultora, formadora y divulgadora experta en transformación cultural, liderazgo y gestión de equipos. CEO de Intalentgy, coordinadora del Campus IA+Igual y del Campus ORH y acreditada en la metodología de roles de equipo de Belbin y en el CTT de Barret.

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