¿Recordáis el anuncio de Renault de los años 90 de La generación JASP: ¿Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados? Este acrónimo ya representaba en ese final del siglo pasado a los jóvenes con un alto nivel formativo, idiomas y conocimientos que parecía no estar valorada por el mercado tal y como se merecía. El anuncio es de 1995, en ese año la generación X estaba en mitad de la carrera universitaria y a la salida de la carrera les pilló la crisis del 2000 con las “.com”. Ha llovido desde aquello, pero la musiquilla del JASP ha seguido sonando durante años, con los Milenial también, hasta que poco a poco la música ha cambiado, “preparados pero frágiles, casi de cristal”, esta banda sonora es la que suena con los Z y si no cambiamos la orquesta y los instrumentos será también la de los Alfa.
No debemos hacer un análisis simplista del contexto socioeconómico actual que impacta, y mucho, en todas las generaciones de una forma u otra. El tema psicosocial “anda manga por hombro”: mientras a unos les despistan las RRSS, a otros el ritmo laboral les deja sin tiempo para educar, y todos vamos con la mirada del “correcaminos” viendo todo a hipervelocidad y por encima, de forma que no tenemos ni poso ni perspectiva. Tampoco es acertado generalizar, ni siquiera por generación, ya que hay de todo en “esta nuestra comunidad”. De hecho, por mi trabajo en RRHH he conocido a perfiles universitarios o con escasa experiencia que tienen las cosas muy claras y que son solventes y resolutivos gestionando “sus primeros vuelos”, mientras que a otros, sin embargo, se les ve perdidos en la primera dificultad.
No le quito ni peso ni importancia a nada de lo anterior, pero me voy a centrar en estas líneas exclusivamente en aquello sobre lo que seguro podemos accionar de forma directa, esto es, la educación y la guía de los progenitores para llevarlos a una joven adultez solvente, que esté a las antípodas de la inmadurez galopante que se percibe actualmente, que roza el infantilismo y que denota un notable desfase entre la edad cronológica y la madurez mental del sujeto. Se retrasa la edad de retirar el pañal, se acorta la infancia, la preadolescencia llega antes y la adolescencia parece que se alarga hasta llegar a la treintena, generándose así el conocido síndrome de Peter Pan, donde los jóvenes muestran interés por los beneficios de ser mayores, pero sin asumir las responsabilidades correspondientes. Cuando identificamos esta situación en un perfil en la empresa se suele decir que desea el cargo, pero no las cargas; los derechos, pero no las obligaciones. Se hace imperativo volver a minimizar este GAP.
Pero este artículo no va de juzgar a los jóvenes, va más dirigido a los que somos progenitores en general y, en particular, a los padres de la generación Z más joven (actualmente entre 12 a 16 años) y los Alfa nacidos a partir de 2013 (los más mayores tienen ahora 11 años), entre los que yo me encuentro, porque aún estamos a tiempo de reflexionar y reconducir.
Indicios de dependencia del joven e infantilización del mismo por parte del adulto
De todos también ya será conocido el cartel de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada: “El Vicedecanato en Prácticas no atiende a padres, todo el alumnado matriculado en Prácticas en mayor de edad” . Indagando un poco, me gustaría señalar que esta facultad incluye los Grados de Educación Primaria y Secundaria, Educación Social y Pedagogía entre otros, es decir, que esos alumnos en prácticas están destinados, en principio, a ser profesores en colegios. Espero que la emancipación emocional les llegue pronto. Estando en prácticas, estos jóvenes tendrán entre unos 21 a 23 años, y aun estando en la recta final de la carrera parece ser que algunos aún recurren a sus padres (o son los padres los que van cual salvadores a defender a su retoño, queriendo mediar con los profesores sobre notas, oportunidades de prácticas, resultados, entrevistas, formularios, etc.).
Viendo esto no es de extrañar que se den muchos casos y situaciones (más de las que nos pensamos) de entrevistas de trabajo en las que las madres/padres no se limitan a hacer de chófer, sino que han querido hablar también con el entrevistador o bien, una vez desestimada la candidatura, llamar los padres y pedir explicaciones o directamente solicitar que por favor contraten a su hijo que es muy buen chico. Estos últimos casos ya son jóvenes mayores de 23 años.
Sí, pásmense, al igual que pasmados se quedaron los managers que han vivido estas escenas y me quedé yo cuando me lo contaron, y tómense su tiempo para que su cara vuelva a su ser.
A este tipo de acciones muchos padres -linkedianos ellos- las llaman acompañar y apoyar. Discrepo. Es más bien intervenir e interferir:
- La intervención les crea un escenario ficticio y alternativo en el que siempre van a ser salvados; un espacio que les limita el riesgo y les impide enfrentarse a la realidad, a veces cruda, a veces maravillosa, de la que aprender.
- Por otro lado, la interferencia les pone filtros, les impide sentir la superación del obstáculo y de las emociones generadas y, con ello, el aumento de su seguridad y autoestima.
La dependencia tiene que ver con la inseguridad de sentirse incapaz de afrontar el reto sin ayuda. Eso no es acompañar, es realizar una tutela eterna que les facilita estar cómodamente en una minoría de edad intelectual y comportamental. Como diría Kant, en su texto “¿Qué es la ilustración? “La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su propia inteligencia sin la guía de otro, no por falta de ella, sino por falta de decisión y valor para servirse por sí mimo de ella sin la tutela de otro”. Y continua: “La pereza y la cobardía son causa de que muchos continúen a gusto en su estado de pupilo… ¡Es tan cómodo no estar emancipado! Y yo añado, ¡es tan cómodo para nosotros, los que nos erigimos como tutores, hacer las cosas por ellos para asegurarnos que todo les sale rápido, sale bien, que no sufren y se sienten felices! ¿Quizá somos nosotros los que estamos más tranquilos sin hacerles pasar por la incertidumbre y la incomodidad y sentir que hacemos las cosas bien?
Los pilares de la madurez: antes, ahora y siempre
Para construir la madurez de un joven adulto, sana, adecuada y sincronizada con su edad biológica, hay que trabajar en ella desde su infancia y, sobre todo, en su adolescencia y primera juventud, a través de varios elementos que le faciliten moverse con soltura entre los claro-oscuros de la realidad:
- Establecer elementos no negociables y reglas del juego: El entorno familiar es la primera simulación de microsociedad, de juego en equipo para aprender a comunicarse, a negociar, a colaborar, y establecer la atención hacia lo externo.
- Si fomentarnos un excesivo egocentrismo malogramos la empatía y, con ello, la comprensión de los otros.
- Si sobreprotegemos ya no solo asumimos como verdadero el “yo no he sido” sino que lo hacemos sin preguntas, enarbolando la bandera de “padres coraje”. Entonces sentenciamos sin la más mínima investigación con un “mi hijo no ha sido” o un “no es capaz de hacer eso”. Y de ahí pasamos a desautorizar al profesor en el colegio y al entrevistador en lo laboral; muy dañino proceder para el trabajo en equipo y para establecer una visión común.
- Entrenar la autonomía y toma de decisiones: O lo que es lo mismo, permitirles las microdecisiones desde pequeños. Esto les invita a normalizar la elección y, a la vez, a asumir la limitación implícita que hay dentro de ella. Elegir implica renunciar a otras opciones y asumirlo con naturalidad y sentirse bien con ello ensancha los límites de la frustración.
- Crecer en responsabilidad: Hay que darles responsabilidades concretas, reconocer los logros, los éxitos, los errores y el impacto de los mismos, así como saber pedir disculpas por estos últimos como acto de reconocimiento frente a otros. Esto fortalece el compromiso con uno mismo y con los demás. Lo contrario es la exoresponsabilidad, en la que uno nunca tiene la responsabilidad de nada, dando un paso más hacia el victimismo.
- Favorecer el autoconocimiento realista: Hay que dar feedback en casa para que poco a poco vean sus talentos, dónde brillan y en qué no, para que exploren sus límites personales, fortalecezan la seguridad en sí mismos y, a la vez, sean capaces de reconocer la valía de los demás. Aceptarse supone conocerse y asumir sin dramatismo la propia realidad, y esto es algo que lleva toda una vida, así es que cuanto antes empecemos mejor. Así, de adultos nos será más fácil encajar el feedback en las organizaciones, empezando por los procesos de selección.
Tres sugerencias para progenitores en prácticas
Es difícil concluir este tema tras unas pocas líneas, porque es amplio y complejo, con muchas variables que arrojan innumerables casuísticas imposibles de acotar en este texto. Por eso, tan solo me atrevo muy humildemente a hacer tres sugerencias a los progenitores para lograr que nuestros hijos lleguen a ser jóvenes adultos en plenitud. Lo hago basándome no solo en el conocimiento multidisciplinar adquirido, sino en la experiencia en tres planos: como consultora de RRHH con más de veinte años de recorrido trabajando con diferentes generaciones en la organización, desde diferentes áreas (selección, proyectos de “altos potenciales”, onboarding y formación a recién graduados); como madre de una adolescente de 14 y de un niño de 10, y como observadora activa de otros contextos como el deportivo, donde veo a adolescentes deportistas con una buena carga de presión y donde se despliegan de forma natural los comportamientos educacionales de padres e hijos.
- La primera sugerencia va en relación a la infancia, preadolescencia y adolescencia. ¡Por favor, frustremos a nuestros hijos! Con mucho amor, pero frústrenlos, porque lo quieran o no la vida lo va hacer por pura probabilidad, así es que mejor que les pille entrenados. El sumatorio de esperas, noes, condicionantes, retos, pequeñas tomas de decisiones y responsabilidades, encrucijadas y renuncias, feedbacks realistas, encajes de consecuencias y lecturas de cartillas paternofiliales para distinguir lo correcto de lo que no lo es son magníficos pilares para la fortaleza mental. El día a día te permite frustrar de forma natural, te lo pone fácil como padre, pero para ellos no será cómodo, no será fácil y no les va a gustar. Quizá nos toque ser algo impopulares en ocasiones, pero lo haremos con mucho amor. Por ejemplo, yo con mucho amor no hago mochilas, no reviso chat de padres para avisar de deberes y tampoco agendas. Si alguien necesita un asistente esa soy yo.
- La segunda sugerencia en relación a nuestros jóvenes adultos de entre 18 a 25 años, al menos de cara al plano universitario e inicio laboral. ¡Frenémonos a la hora de intervenir! Para “terminar de hacerse” y conseguir de verdad esa “mayoría de edad intelectual” necesitan asumir riesgos y librar sus batallas, aunque les sigamos de cerca desde la retaguardia por si hay que curar, cuidar y acompañar. Siempre seremos su espacio seguro, pero las batallas, por pequeñas que sean, son suyas, y suyas también las victorias y los aprendizajes de las derrotas. Así es como han de escribir su historia y configurar, en el camino de la vida, su verdadera identidad.
- La tercera sugerencia es, creo, una magnífica noticia para los padres: nos vamos a equivocar sí o sí, y por eso no necesitamos ser perfectos. De hecho, no deberíamos querer serlo porque no ser perfecto facilita la frustración de los hijos. A veces no se llega, no se puede, la vida es así y es lo que hay.
Ver cómo nosotros encajamos nuestra propia frustración les ayuda a entenderla, a superar la suya y a buscar soluciones.
El problema de la inmadurez no está en la falta de talento, sino en la falta de dirección interior. Educar para la madurez significa enseñar a forjar firmeza de carácter, a decidir con sentido, a responsabilizarse y perseverar, a enseñarles a coger las riendas y soltarlas nosotros. Hagámoslo, por ellos, por nosotros y por pura empatía con las personas que los recibimos en las empresas con los brazos abiertos, pero a ellos, no a los padres.