Hace tiempo, en un evento de RR.HH., un expositor me ofreció una chapita con ese mensaje y le pedí encarecidamente que me diera una docena. No es que fuéramos muchos en ORH (nunca hemos pasado de seis) pero quería tener unas cuantas de repuesto. La mayoría las repartí entre mis compañeros con más rubor por mi parte que por el suyo, otras las guardé para cuando necesitara resucitar el efecto flash y a la última le puse un imán y le hice un hueco discreto en el mural de la redacción, con la esperanza de que con solo mirarlo, como a los crucifijos, los aludidos se persignasen y recordaran que madre solo hay una y en la oficina ni está ni es bienvenida.
Ahí quedó pegado días, semanas y meses, un par de años incluso, decolorándose al mismo ritmo con el que mi despacho seguía mutando en confesionario; o en diván freudiano o en bola de adivina, que tan pronto me sentía sacerdota, psicóloga o sacerdotisa. Incluso llegué a mutar en feligrés, paciente y crédula, porque me vi contándome mis penas a mí misma, víctima de la ansiedad de sentir que no hacía lo suficiente, de no dormir y de soñar con mis problemas y los de los demás.
No es que quisiera ser jefa, es que es lo que era; aunque no me sintiera como tal, aunque prefiriera ser de la tropa. Gestionar personas se me hacía grande y lo compensaba estando cerca de ellas, pero de la manera equivocada. Mis compañeros me buscaban porque sabía que me tendrían, y eso, que en sí es más bueno que malo, se convertía en contraproducente porque me hizo confundir la empatía necesaria con la responsabilidad excesiva.
Ayudar no es solucionar y por eso siempre defraudaba.
Hace poco encontré la chapa en el fondo de una caja. La he colocado en la nevera, junto con la colección de imanes de vuelta al mundo con los que quiero recordar por dónde he pasado, qué he visto y qué he aprendido. Y me he dado cuenta de que soy yo quien tiene que reconocerse claramente en sus roles, que sólo soy la madre de los hijos que he traído a este mundo y que, como jefa, soy tan imperfecta o más que cualquier otro mortal profesional.