¡Talento junior! No me chilles que no te veo

Pavel Ramírez21 diciembre 20225min
No me chilles que no te veo

Por Pavel Ramírez, editor de ORH.

Cuanto más gritamos, menos nos escucha el de enfrente. Es un hecho demostrado en cualquier debate dialéctico, ya sea doméstico, político… o laboral. Y, en la guerra por el talento que se avecina, parece haber demasiado ruido. Unos piden devolver el teletrabajo a niveles del confinamiento. Otros quieren más oportunidades de formación y desarrollo. Algunos demandan más empatía y personalización. Y hay quienes simplemente ansían alinearse con un propósito acorde a sus valores.

Pero cuando hablamos de talento junior, confluyen prácticamente todos estos elementos a la vez, en una auténtica escandalera. El nivel de desafección es tan generalizado que los miembros de la Generación Z y los Millennials anteponen la felicidad a cualquier otra cosa y el 56% dejaría el trabajo si esto le impidiera «disfrutar de la vida», según un reciente estudio llevado a cabo por Randstad.

Ante este panorama, las empresas buscan con urgencia nuevas armas para conseguir captar y retener a las generaciones más jóvenes. Pero se topan de bruces con la dura realidad: nadie sabe muy bien qué quieren los empleados hoy en día. Por eso, las compañías aguzan el oído para descubrir ese elemento capaz de diferenciarlas, de hacerlas lo suficientemente atractivas para una clase trabajadora que lleva dos años coqueteando con grandes dimisiones y las no menores renuncias silenciosas. ¿Será la flexibilidad que hemos perdido en pospandemia? ¿Quizás el refuerzo de la salud mental? ¿O tal vez la clave resida en una cultura corporativa moderna, diversa e integradora?

Nos esforzamos por aislarnos del ruido para descubrir qué necesita el talento junior. Y, en este ejercicio de abstracción, quizás nos olvidamos de lo más importante, de lo que nos están gritando los jóvenes a pleno pulmón: ¡subid los salarios!

Es como la trama de ‘No me chilles que no te veo’, aquella divertidísima película ochentera en la que un hombre ciego y otro sordo tenían que entenderse mutuamente para resolver un crimen. Solo que la situación del talento junior no es absoluto cómica, sino más bien un retorcido drama: su ascensor social parece haberse averiado para siempre, emanciparse ya es cosa de treinteañeros, comprarse una casa supone un esfuerzo prácticamente inasumible y las mujeres posponen su primer hijo, de media, hasta los 32 años. En 1980, lo hacían a los 25.

Todos vivimos en un entorno de incertidumbre. Pero nos equivocamos si pensamos que, para afrontarla, los jóvenes no necesitan nada más que teletrabajo, una intranet 4.0 cuqui con descuentos para los restaurantes de la zona, sala de ping pong o que les paguen un gimnasio en la planta de abajo de la oficina.

No, ser junior no implica tener menos necesidades personales que ser senior. La estabilidad que todos perseguimos pasa por combatir los salarios paupérrimos, las condiciones de precariedad, la altísima rotación o el juego eterno de la titulitis, en el que cada año hay que añadir más experiencia y un nuevo máster al currículum para ser atractivo. Solo un dato para ilustrar esta necesidad: el poder adquisitivo de los que nacieron en la de década de 1960 aumentó un 294% (tres veces más) durante sus primeros 30 años de vida; las nuevas generaciones solo han experimentado una mejora del 9%.

Es posible que el problema radique en un concepto tan erróneo como extendido: que los jóvenes son jóvenes por encima de sus posibilidades, que el síndrome de Peter Pan parece haberse apoderado de una generación entera, que los 40 son los nuevos 20 y, sobre todo, que el salario no les importa tanto porque no tienen grandes gastos. Tal vez, esta infantilización de la clase trabajadora sea un mecanismo de defensa de un mercado laboral (o, directamente de un sistema económico) tan obsoleto y caduco como inamovible. Quizás, lo que de verdad necesita el talento junior es una remuneración digna para poder ‘hacerse mayor’. Para emanciparse. Para acceder a una vivienda. Para emprender… O para plantearse aumentar la tasa de natalidad y evitar la quiebra del sistema de pensiones de nuestro país. Su futuro es nuestro futuro.

 

 

Foto: 123RF


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