Las ideas preconcebidas que tenemos sobre un idioma pueden afectar a nuestro estado de ánimo cuando lo hablamos. Por ejemplo, si asociamos el inglés con el mundo de los negocios y lo utilizamos en un contexto business, hablarlo con fluidez nos puede hacer sentir más seguros y capaces de lograr los objetivos prefijados.
El idioma que usamos también puede determinar los temas de conversación. Son varios los estudios que han demostrado que las personas bilingües suelen tratar temas y usar un vocabulario diferente en función de la lengua en la que se comunican. De forma inconsciente, existe la tentación de evitar palabras o temas tabú en un idioma, cuando en el otro apenas hay reparo en usarlas.
Asimismo, es sabido que el inglés es uno de los idiomas políticamente más correctos y respetuosos con las diferentes sensibilidades culturales y religiosas.
3. ¿Las ardillas en Londres son todas hembras?
El uso del género juega un papel importante en muchos idiomas, especialmente en lenguas romances como el italiano o el español. El hecho de que una palabra sea masculina o femenina en el idioma materno influye en nuestra percepción del concepto.
Las personas bilingües tienden a ser más flexibles y tener más capacidad de adaptación, gracias a que su cerebro está acostumbrado a pasar de un idioma a otro rápidamente, como si se tratara de un semáforo que cambia de color de forma intermitente.
Cuando se habla un idioma distinto del materno, se tiende a adoptar un enfoque más racional. La lengua materna se asocia con el lado emocional y más inmediato de nuestra personalidad: cuando estamos tristes o enfadados, es probable que sea más natural expresarnos en este idioma. En cambio, utilizar un idioma adquirido nos ayuda a tener una visión más objetiva del mismo tema, lo que comporta varias ventajas: cuando se habla en un idioma adquirido, es más fácil evitar tópicos (las llamadas «frases hechas») y elegir palabras y expresiones con mayor atención.