No hay sector, colectivo o actividad que pueda eludir las responsabilidades que impone y el que más o el que menos ya está -mejor dicho, estamos- intentando traducir su redactado legal nuestros los procesos del día a día. Hablo del Reglamento Europeo de Protección de Datos. El Proyecto de Ley Orgánica de Protección de Datos, aprobado por el Consejo de Ministros a finales del año pasado, no ha dado señales de vida más allá de ese momento y a la espera de su reactivación, el RGPD entrará en vigor el 25 de mayo con plena efectividad en todos los estados miembros de la Unión Europea.
El consentimiento expreso -no tácito- y verificable, la figura del delegado de protección de datos y las transferencias internacionales son algunos de los puntos sobre los que el reglamento da una vuelta de tuerca a la legislación anterior.
La economía digital nos ha abierto los ojos -y el bolsillo- a un mundo abierto y conectado con el que podemos interactuar a modo de mercado global. Los Facebook, LinkedIn, Instagram, Twitter…, los Amazon, los Alibaba, los Google… Si no era suficiente que seamos transparentes para los Bancos y las aseguradoras, ahora lo somos también para internet. La potencia de todas estas marcas reside en el repositorio de información que acumulan sobre todos nosotros. Nuestras búsquedas en los exploradores son indexadas para ofrecernos mejores experiencias en nuestras visitas pero ¿y después qué? Es lógico que en este entorno el derecho a proteger nuestros datos personales se haya convertido en una prioridad pero ¿hasta qué punto podrá hacerlo el RGPD? ¿Será cierto que una vez más la burocracia de los requerimientos formales será superada por la velocidad de Fórmula 1 que mantiene la digitalización?
Pensemos en el omnipresente big data y en los HR analytics, que es lo que aquí más nos interesa. ¿Necesitaremos consentimiento expreso de nuestros empleados para cada proyecto interno que realicemos para identificar indicadores de rendimiento, de productividad, de absentismo o de engagement? En teoría sí si entre los datos que utilicemos incluimos algunos de carácter personal. ¿Visualizan el caos? Si además introducimos la variante ética, por ejemplo, en los procesos de selección y en el nivel de prospección de candidatos en sus perfiles sociales -esto es, hasta dónde podemos bucear sin entrometernos en su privacidad- el escenario adquiere complejidad de nivel “pro”.
La protección de datos puede cercenar el potencial del big data antes de descubrirlo en su totalidad y la tiranía del dato puede dejarnos reducidos a nosotros, las personas, a líneas de código con potencial de intercambio transaccional. Esta es una de esas situaciones en las que las dudas son muy superiores a las certezas. Hay momentos en la Historia que han demostrado ser de inflexión hacia una nueva era. Ahora estamos en uno de ellos aunque de momento sólo seamos capaces de apreciar la moda superficial que trae consigo. Junto con los perfiles digitales tan ansiados hacen falta también, como bien dice Javier Cantera, filósofos digitales que tengan la capacidad de comprender el escenario global de transformación y de ver el lugar que las personas tienen en él.