Si ya es complejo promover la salud laboral en las empresas, prometer bienestar empieza a tener sus riesgos

Maite Sáenz13 octubre 20235min

Por Maite Sáenz, directora de ORH.- Andamos un poco perdidos con esto del bienestar, ¿no os parece? Los conceptos nos bailan y tendemos a utilizar como sinónimos términos que, incluso, pueden conllevar un significado escondido totalmente antagónico. Lo malo es que si además tomamos decisiones con este punto de partida podemos meternos en un hermoso jardín, precioso por fuera a la hora de plantearlo, pero que sea un tremendo laberinto por dentro a la hora de gestionarlo. Eso es lo que pasa, en concreto, con la pareja bienestar y salud. Me preocupa que creamos que significan lo mismo y que podemos actuar sobre los dos de la misma manera. La prosa al uso los reduce a un mínimo común múltiplo cuando, en realidad, ambos son números primos. A veces suman, a veces restan, pero nunca se reducen a lo mismo.

 

Empecemos por el principio (y ya sabéis que para mí el principio está en los qué). Puesto que hablamos tanto de bienestar, ¿sabemos qué significa, en qué consiste, cómo se define y cómo se expresa? Con la salud lo tenemos algo más claro porque contamos con indicadores médicos que, con más o menos margen de error, nos dicen cuándo un cuerpo y una mente están sanos y cuándo no. Además, nos avisan de cuándo nos desviamos incluso antes de tener síntomas. Pero el bienestar… el bienestar es otra cosa. Y no vale que me digáis que tiene que ver con ese no sé qué que no sabemos que es pero que sentimos que es… No, no porque eso es salud mental, no bienestar.

El bienestar sobre todo es una percepción, es la sensación personal, única e intransferible de que estamos a gusto: con la vida, con un momento, con una situación, con un equipo, con una persona…. Estar a gusto, estar bien, es mucho decir. Para gozar de bienestar cada uno de nosotros necesitamos algo diferente. Incluso la persona que lo reduce a una cuestión económica, ¿cuánto dinero necesita para considerar que tiene bienestar financiero? ¿El mismo que tú, que yo, que quien establece los tipos de interés, el de quien determina el salario mínimo interprofesional o el que me pone los dientes largos presumiendo de su nuevo coche en Instagram? No, no hay una medida única del bienestar. La RAE lo define como el “conjunto de las cosas necesarias para vivir bien” y añade también que es “la vida holgada o abastecida en cuanto a lo conduce a pasarlo bien y con tranquilidad”. Qué queréis que os diga, con esta indefinición se me complica mucho hacer un listado de indicadores del bienestar lo suficientemente amplio como para que refleje la diversidad con que puede ser entendido. Y la diversidad ahora es muy diversa y está muy dispersa.

Si ya es complejo promover la salud laboral en las empresas, prometer bienestar empieza a tener sus riesgos, porque podemos encontrarnos con situaciones tan paradójicas como que adoptemos una medida organizativa como el teletrabajo que quiera favorecer el bienestar vía conciliación y que, a la larga, se convierta en un boomerang de estrés añadido o de problemas posturales y visuales y, de paso, en un frente más para los departamentos de prevención de riesgos y los servicios médicos de empresa. O que promovamos el deporte para favorecer la salud cardiovascular y que acabemos con un pico de ILT los lunes después de la liga de rugby (caso verídico).

El bienestar es ampliamente subjetivo y, por eso, cuanto más comedidas sean las promesas para favorecerlo, mejor. No se trata de ponerse la soga al cuello comprometiéndonos a dar lo que no está en nuestra mano proporcionar, sino de entender que la ecuación del bienestar se resuelve ampliando, aunque sólo sea un poco, los márgenes de satisfacción y, o, o y/o tranquilidad de las personas.


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