Allí estaba ella, a mi lado. Se volvió hacia mí y me miró desde sus enormes ojos azules. Sin dejar de mirarme, alzó sus manos de largas uñas perfectamente pintadas de rojo intenso, lentamente hasta tocarse la nuca, donde una especie de pequeño cilindro metálico también rojo le recogía por completo su larga melena. ¿Qué edad debía tener la rubia alta de piel clara y ojos azules? De cualquier modo, lejos de llegar a la treintena. Su pelo, una vez liberado de la diminuta prisión cilíndrica metálica roja, tapaba generosamente sus hombros.
Era el turno ahora de quitarse sus zapatos negros de aguja. Reconocí la marca: diseñador italiano de marca francesa. Caros, muy, muy caros. Sin ningún género de duda se ganaba holgadamente bien la vida. Se quitó con sumo cuidado el zapato izquierdo de tacón de aguja sin perder ni su dignidad, ni su sonrisa, ni su equilibrio. Sin duda no era la primera vez que lo hacía. Ni la tercera, ni la quinta. Para mí, tampoco iba a serlo. Y tras el izquierdo, el derecho no tardó en acompañarlo en su mano izquierda de largas y perfectamente pintadas uñas. Tras los zapatos, lo siguiente fue el cinturón. Se lo quitó con la mano derecha, lentamente, sin prisas ni tirones súbitos. Mientras, no dejaba de sostener en la otra mano sus zapatos de marca.
Jordi López Daltell, Consultor y autor de “Creo, luego Creo” y “Hacer Piña”.