Habían pasado varias semanas desde la última vez que había cruzado la puerta del apartamento. Durante cuatro largos años ésta era una de las puertas que había traspasado, en ambos sentidos, diariamente; las otras dos, las del recinto de la empresa y la de mi despacho. Y era allí, en la empresa y despacho, donde había pasado el día, acabando el traspaso con mi sucesor y despidiéndome de los que durante todo este tiempo habían sido mis colaboradores.
Había cerrado el apartamento poco antes del verano para atravesar el Atlántico y volver a casa a cerrar los trámites de escuelas y reubicar todo lo que en su día me había llevado, infinidad de trastos, cachivaches y enseres nuevos que había acumulado todo este tiempo. Juntar “todo lo que me había llevado” y la “infinidad” acumulada sumaba un contenedor que había viajado por barco, 4 maletas de cabina y 10 maletas grandes facturadas, con un sobrepeso rayando en la obesidad si es que a las maletas pudiera aplicárseles esta categoría.
Jordi López Daltell, Consultor y autor de “Creo, luego Creo” y “Hacer Pîña”; (Empresa Activa).
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