¿Estamos preparados para una productividad (todavía más) dopada con estimulantes?
La coincidencia en Estados Unidos de la escasez de los medicamentos Aderall y Ritalin con una bajada de la producción propicia una reflexión sobre la relevancia del consumo de estimulantes en el mercado laboral. ¿Cómo reaccionarían los recursos humanos si la moda de las microdosis lisérgicas de Silicon Valley se extendiera? Con toda una industria en ciernes preparando la normalización del LSD, no parece una hipótesis tan lejana.
¿Se imagina que los empleados y directivos de su empresa tuvieran que afrontar toda su jornada laboral sin una gota de café? Sería interesante medir el efecto en la productividad. Quizás descubriríamos hasta qué punto hemos asumido culturalmente la necesidad de estimulantes para ser mínimamente funcionales.
Porque la cafeína es eso, un estimulante, no lo olvidemos. Michael Pollan, el gran gurú de las drogas psicodélicas, famoso sobre todo por la adaptación de su How to Change Your Mind por Netflix, acaba de publicar un libro titulado Tu mente bajo los efectos de las plantas: esta vez analiza el opio, la mescalina… y la cafeína.
Para medir el efecto real de la cafeína (o su primo hermano a estos efectos, el té) en la productividad habría que probar a prohibirlo durante un periodo de tiempo significativo en un entorno laboral lo suficientemente amplio. Ningún experimento científico osarñia alcanzar tal grado de sadismo.
En el primer trimestre de 2023, la producción por hora en Estados Unidos cayó un 3%. Justo en un periodo de escasez de los principales fármacos para el trastorno por déficit de atención con hiperactividad
Podemos, sin embargo, trazar un paralelismo por elevación, conscientes por supuesto de la gran diferencia de grado, con otro tipo de estimulante cuyo consumo sí se ha visto notablemente constreñido en un campo de estudios más que ancho. El artículo de The Economist “What performance-enhancing stimulants mean for economic growth. Could America’s Adderall shortage have harmed its productivity?” analiza cómo ha afectado la escasez del Aderall y el Ritalin en términos de productividad.
Ambos medicamentos se toman para tratar el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). El Aderall es una enfatamina; el Ritalin, un estimulante del sistema nervioso central. Dice The Economist que a finales del año pasado empezaron a escasear en Estados Unidos: “Nueve de cada diez farmacias informaron de la escasez de estos medicamentos, que decenas de millones de estadounidenses utilizan para mejorar la atención y la concentración”.
Al mismo tiempo, añade, “ocurrió algo curioso: en el primer trimestre de 2023, la producción por hora cayó un 3%”. Y matiza, muy divulgativamente, que dicha métrica es “una medida de la eficiencia en el trabajo”.
El artículo reconoce que “muchas otras cosas podrían haber explicado la caída de la productividad”. Sin embargo, añade que “muchas de las personas más productivas de Estados Unidos dependen del Adderall para hacer su trabajo. A menudo parece que la mitad de Silicon Valley, el lugar más innovador de la Tierra, lo consume”.
Morgan Stanley anuncia en un informe el advenimiento de una industria de productos psicodélicos, pero casos como el de Justin Zhu, despedido por consumir LSD, revelan que aún es pronto para su explosión
A partir de ahí, el semanario tira de inducción para recordar que “la historia económica es clara: sin las cosas que estimulan a la gente, el mundo seguiría en la Edad Media económica”. Y The Economist hace tiempo que, gracias al prestigio de su marca, no se limita a describir las tendencias: también las crea.
Los economistas, parecen recular los autores anónimos (en TE no se firma, una exhibición más del músculo de su marca), “suelen considerar las sustancias que alteran el estado de ánimo como un lastre para la prosperidad. Según una estimación de 2007, el coste del consumo de drogas en Estados Unidos ascendía a 193.000 millones de dólares, es decir, alrededor del 1,3% del PIB. Más recientemente, los economistas han analizado las ‘muertes por desesperación’, que muchos relacionan con el abuso de opiáceos. En 2021 murieron más de 80.000 estadounidenses por sobredosis de opioides”.
Y aquí, claro, un pero… “Pero los estimulantes también pueden desempeñar un papel positivo. Pensemos en dos de ellos: el azúcar y el café. El primero permitía a la gente trabajar más; el segundo, más inteligentemente”.
Lo dice la historia. “Hasta principios del siglo XVIII, las calorías constituían una importante limitación para el crecimiento económico de Occidente”. Cuando aumentaron las importaciones de azúcar de las colonias británicas, el cambio dieta “elevó la proporción de energía ingerida que [podía] metabolizarse», según Robert Fogel, economista galardonado con el premio Nobel”.
Según The Economist, “la historia económica es clara: sin las cosas que estimulan a la gente, el mundo seguiría en la Edad Media económica”
El café, por su parte, “empujó a las clases medias a hacer cosas más grandes y mejores”. Joel Mokyr, de la Universidad Northwestern, ha subrayado la importancia de una «cultura del crecimiento», título de un libro que publicó en 2016, para explicar la industrialización de Europa. Durante este periodo, la ciencia se hizo menos académica y se centró más en resolver problemas del mundo real. Con el tiempo, se convirtió en la mano derecha de inventos como el motor de combustión interna, que elevó enormemente el nivel de vida. Los cafés, que algunos llamaban «universidades de penique», desempeñaron un papel crucial.
Hay otros ejemplos, pero lo realmente decisivo es la conclusión, que vuelve al presente bajo el significativo epígrafe “Volar alto”: “La prolongada escasez de medicamentos para el TDAH ha supuesto un verdadero sufrimiento para quienes los necesitan para funcionar. Afortunadamente, la escasez parece estar remitiendo. Algunas farmacias están volviendo a tener existencias y los organismos reguladores han retirado algunos medicamentos de su lista oficial de escasez. La gente de Silicon Valley ha estado experimentando con otros estimulantes, como los nootrópicos, que no escasean. La productividad estadounidense parece, una vez más, aumentar. ¿Coincidencia?”
Las microdosis de Silicon Valley
La cosa puede ir a más. En Silicon Valley no se conforman ya ni con el café ni con el Aderall. Desde hace años, la moda por allí es la microdosis de drogas psicodélicas. Isabel Berwick investigó hace poco para Financial Times qué hay tras las cada vez más extendidas afirmaciones sobre la “mejora del rendimiento en el trabajo” de “la ingestión de cantidades muy pequeñas de drogas psicodélicas como el LSD, en la creencia de que aumenta la concentración y la productividad”.
El verano pasado, una firma tan reconocida en el ámbito inversor como Morgan Stanley publicó su primer informe sobre la industria psicodélica. En concreto, lo sacó en su sección “The Edge”, donde comparte “puntos de vista sobre una idea que tiene el potencial de desencadenar consecuencias de largo alcance”. Ahí se han analizado el blockchain, los coches autónomos, el machine learning o la edición genética.
Tras décadas de demonización de los psicodélicos, Morgan Stanley asegura que nos encontramos ahora en una “segunda ola” de investigación que incluye “una serie de estudios académicos prometedores” e incluso “ensayos clínicos de una serie de compuestos psicodélicos con posibilidades creíbles de obtener la aprobación de la Food and Drug Administration (FDA)”.
Hay toda una industria en ciernes tras esta tendencia. Y los recursos humanos van a tener que lidiar con lo que traiga.
Un ejemplo. Un artículo en Vice detalla el caso de Justin Zhu al que Iterable, la startup que cofundó y de la que era CEO despidió por consumir LSD. Hay demanda del despedido, acusaciones de racismo…
Empieza el juego.