Estos días se cumple un año de la declaración del estado de alarma en España y, por tanto, del inicio del periodo de confinamiento domiciliario, que se extendería hasta el mes de mayo. Desde entonces, hemos vivido sujetos a diferentes normas de convivencia y actuación, con una importante variabilidad en nuestra libertad de movimiento en función del marco local y temporal. Un año, por tanto, de cambios e incertidumbre y un escaso control del entorno que nos rodea.
Para una parte importante de la población, estaríamos hablando de un hito significativo, histórico incluso, por el cambio radical que ha supuesto en su día a día, desde cualquier perspectiva: personal, social o profesional, todas las esferas de nuestra vida, se han visto en mayor o menor medida, afectadas.
El impacto de la pandemia
El impacto que la pandemia COVID-19 ha tenido en la sociedad, no tiene una lectura única. Se puede hacer un análisis por cada disciplina que podamos imaginar: economía, política, sociología o salud entre otros. Centrándonos en este último, y más específicamente desde el punto de vista de la salud mental, el titular sería que “lo peor” aún está por llegar. ¿Por qué esta afirmación?
Desde el punto de visto de la asignación de recursos, prácticamente todos los Estados impactados por la pandemia han destinado la mayor parte de los fondos de salud públicos a combatir la propagación de una enfermedad infecciosa, relegando a un segundo plano la gestión de las enfermedades de tipo “no contagioso”. Irónicamente, la gravedad de la enfermedad desarrollada por el virus, ha presentado unos datos de co-morbilidad significativos con la presencia de factores de riesgo relacionados con las enfermedades no transmisibles, como el sobrepeso, el consumo de tabaco o el sedentarismo.
Dentro de estas enfermedades no transmisibles, podríamos incluir también a la salud mental, cuyo punto álgido, desde un punto de vista de impacto social (popularidad), tuvo lugar durante el confinamiento, donde no era raro escuchar profesionales del campo en las tertulias de los medios de comunicación, ofreciendo recomendaciones y pautas de autocuidado, orientados a “llevar de la mejor manera posible” las restricciones asociadas a la libertad de movimiento.
Pandemia y salud mental
Los primeros efectos del confinamiento a nivel psicológico, no tardaron en aparecer, como quizás hubiera cabido esperar teniendo en cuenta experimentos similares llevados a cabo en laboratorios de psicología básica, en los que se observaban cambios de conducta notables en sujetos (pequeños animales) a los que se les limitaba el acceso a sus reforzadores clásicos, mientras se les presentaban con más frecuencia estímulos aversivos (algo similar a lo que nos pasó durante el confinamiento, con muy limitadas opciones de acceder a aquellas situaciones placenteras – como ir al cine o a cenar fuera – y con una exposición sostenida a través de las noticias a la crudeza de los datos de contagios, ingresos y decesos). Reacciones relacionadas con el trastorno depresivo, así como conflictos y reacciones violentas, entre otros, incrementaron su tasa de aparición durante el confinamiento.
Sin embargo, los problemas relacionados con la salud mental, no aparecen en el corto plazo, si no cuando la situación se cronifica. Tras un año de estar expuestos a esta situación, parece un buen momento para tomar en cuenta el potencial impacto que se nos viene encima. Una buena parte de los trastornos relacionados con la salud mental cursa, precisamente, con un criterio de cronicidad. El fenómeno del estrés, sin ir más lejos, resulta inocuo cuando se presenta durante periodos breves de tiempo, pero incrementa dramáticamente la probabilidad de aparición de enfermedad cardiovascular y depresión entre aquellos que están expuestos al mismo a largo plazo.
En esta línea, los primeros estudios sobre este impacto en la salud mental a largo plazo, empiezan a ver la luz, y The Lancet, publicaba el pasado mes de febrero, un primer resumen de algunas investigaciones orientadas a cuantificar el impacto de la pandemia en la salud mental de la población, y que arrojaban algunos titulares interesantes:
- Parece existir un incremento en términos de malestar psicológico, en comparación con la tendencia de los últimos años, especialmente en la franja de edad de entre 18 y 34 años, en países de rentas altas.
- No existen estudios suficientes para obtener datos concluyentes en países de rentas medias y bajas.
- Durante el último año, el número de publicaciones relacionadas con la salud mental, se vio incrementado, pero las diferencias a la hora de registrar los datos relacionados con la pandemia de cada país, hacen difícil la comparación internacional.
En las empresas…
Desde el punto de vista laboral, aquellas empresas que pudieron continuar su actividad a través de medios telemáticos, los asumieron independientemente de su familiarización previa con este tipo de planes de trabajo. Durante mucho tiempo se habló de “el gran test del teletrabajo”, cuando en realidad se estaba ejecutando bajo unas condiciones tan particulares, que independientemente del resultado final, las conclusiones difícilmente podrían aplicarse en un contexto no pandémico. En todo caso, el reto de afrontar una situación de trabajo deslocalizado al 100%, exigió un esfuerzo importante por parte de empleador y empleado: desarrollo de nuevas formas de trabajo, cambios en los estilos de mando y la supervisión, desarrollo de habilidades a distancia, incremento de la necesidad de autocontrol, desdibujamiento de los límites personales y profesionales… Varias de estas habilidades, fueron de hecho, desarrolladas a través de talleres y charlas organizadas por terceros.
Otras empresas apostaron por un enfoque basado en la cobertura de los posibles efectos en los trabajadores, habilitando profesionales de la salud mental a disposición de sus equipos de forma remota, e incluso, durante el pasado mes de febrero, los medios se hacían eco de que las empresas de Silicon Valley estaban sustituyendo algunos de los beneficios sociales que las habían llevado a la fama (salas de descanso, futbolines…) por el citado acompañamiento psicológico a sus empleados.
El reto al futuro
Indudablemente, el mayor reto que afrontamos es superar médica, social y económicamente esta situación de pandemia, pero es indudable que algunos de los efectos que esta ha tenido, han venido para quedase, como por ejemplo los sistemas de trabajo a distancia. En cuanto el contexto adquiera un tinte de normalidad real y el desempeño del trabajo no esté comprometido por las condiciones personales de cada trabajador, es probable que las estructuras de trabajo a distancia vayan ganando terreno progresivamente. Así mismo, como señalaba la publicación de The Lancet citada previamente, esta pandemia, no ha hecho sino acentuar el progresivo incremento de incidencia de la enfermedad mental en la sociedad. Hace algunos años, se hablaba de que, en días de trabajo “perdidos”, la depresión sería la primera causa de baja laboral en Europa en 2025. Hoy día, a falta de que la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, actualice su observatorio, podemos comenzar a sospechar que hemos recortado algunos años a ese pronóstico inicial.
Si bien hace algunos años se podía escuchar en los foros especializados que los riesgos psicosociales eran los riesgos “emergentes”, es razonable decir que la crisis sanitaria de la COVID-19 ha completado su “maduración” y que en un contexto cada vez más incierto y con sistemas de trabajo cada vez más deslocalizados y complejos, debemos darles la relevancia que los propios datos llevan tiempo avalando.
Por tanto, un año después de la llegada oficial de la pandemia a España, el reto que debemos afrontar desde las empresas es la integración de la salud mental como un aspecto relevante de la organización, estableciendo indicadores, dotando de herramientas a sus empleados y ofreciendo cobertura ante las potenciales situaciones de riesgo que puedan aparecer.
Artículo escrito por Carlos Toni Rigueras, Manager en Stimulus Consultoría.