¡Mira arriba, por Dios!

Maite Sáenz29 diciembre 20216min

¿Quién se está adaptando mejor al trabajo híbrido? A tenor de la mayoría de las investigaciones nacionales e internacionales, la partida la están ganando los empleados y, por ende, la están perdiendo las empresas y sus directivos. Que nadie se engañe; el concepto de poder está detrás de esta gran “fosa de las Marianas” que empieza a separar a ambos colectivos. Ser jefe imprime carácter, da estatus y alimenta el ego siempre y cuando se visibilice lo vasto del imperio a gestionar. Y eso es lo que falta ahora. No se manda igual a través de la pantalla, falta el control. Los corrillos del café son ahora hilos de Whatsapp o Telegram que se escapan al ojo corporativo que todo lo ve.

Admitimos convivir con una clase política -y en algunos casos también empresarial- perdida en la erótica del poder, convencida por la vía de los hechos de que lo que funciona es otra erótica, la de cerrarnos los ojos.

Al igual que los públicos o consumidores están cada vez más empoderados -empiezo a cogerle manía a esta palabra- para decidir qué marca está hecha a su medida, los empleados empiezan a estarlo para decidir cómo, con quién y desde dónde trabajar. La naturaleza del mercado laboral español no permite, todavía, una renuncia en masa efectiva y real, pero nada impide que la desconexión emocional sea un hecho apuntalado en la falta de confianza. Y no hay que ser muy visionario para darse cuenta de que esto es mucho más peligroso que lo anterior.

Leo y releo muchos vaticinios sobre las tendencias que orientarán nuestros pasos en 2022 y todos son obvios, tanto que su seguimiento es de naturaleza obligada para adaptarse o desaparecer. Encontrar el modelo de teletrabajo adecuado, adoptar una mentalidad data driven para gestionar el talento con datos que permitan invertir en él con garantías de retorno, dar sentido al trabajo demostrando propósitos sostenibles en el tiempo, vehicular la adaptación a través del aprendizaje y hacer de éste una competencia cuasi natural… ¡Ah! Y crear entornos de trabajo inclusivos, diversos y con oportunidades para todos (cosa que en una sociedad tan polarizada como la que tenemos mundialmente hablando no sé cómo se va a resolver sin quitarles cuotas a unos para dárselas a otros).

Quien no las tenga todas en su agenda para el próximo año es que está muy perdido y por eso no voy a abundar en ninguna de ellas. ¡La literatura la conocemos hasta la saciedad! Lo que nos falta es darles significado de futuro; estrategia, que se diría. Y en esa estrategia creo que falta la piedra angular de la que menos se habla: recuperar la confianza. ¿Cómo? Pues ahí está el verdadero reto. Los demás, las tendencias, son tareas obligadas. Se pueden acometer como nichos, siguiendo la inercia de las últimas décadas, o darles sentido y sensibilidad con una estrategia de compromiso auténtico. A eso se refiere la “nueva sostenibilidad”, la que va más allá de la conciencia medioambiental o social y que incluye la E de empleados en la ESG (entorno, sostenibilidad y gobierno corporativo). ¿Por dónde empezar? Se me ocurren varias cosas, casi todas de sentido común, a pesar de que los algoritmos marketinianos nos quieran vender el éxito en términos de likes. Si no lo habéis hecho ya os recomiendo ver la película “No mires arriba”, la mejor sátira, esperpéntica y surrealista, de los tiempos que vivimos: la masa viviendo la vida dentro de su propio reality y ajena a lo que se avecina, las RRSS como la nueva Biblia a seguir, la ciencia aplastada por una IA programada para adocenar, y una clase política y en algunos casos también empresarial perdida en la erótica del poder, convencida por la vía de los hechos de que lo que funciona es otra erótica, la de cerrarnos los ojos. Así pasa cuando nos convocan a una rueda de prensa con un CEO o un DRH que quiere las preguntas por adelantado. ¡Arriésgense, por Dios! Los discursos programados y las respuestas sosas no generan precisamente confianza, y además se desmontan rápidamente en Glasdoor, Jobquire o Trustpilot.

Como diría un buen amigo mío, hay que soltarse la melena. Eso no significa abandonarse a la anarquía más absoluta ni pintarse el pelo de morado (o rojo o azul, que no estamos para sutilezas de este tipo) para parecer más rompedor. Lo importante, en esta ocasión, no es parecerlo sino serlo y eso, queridos lectores, es de lo que va la credibilidad. Su pareja perfecta es la autenticidad, pero de eso andamos tan escasos como cierto es que vivimos en una pira de vanidades a punto de arder.


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