“Me han despedido con un burofax”. Increíble pero cierto. Esas cosas pasaban y siguen pasando. Hoy recuerdo el caso de un conocido que lo sufrió en los inicios del confinamiento. Llevaba más de 30 años trabajando para la misma multinacional española y cuando leyó el contenido del susodicho empezaron a desfilar por su mente, como flashes, los pequeños detalles que en su momento le pasaron desapercibidos. Por primera vez su evaluación anual había sido un desastre y no había alcanzado los objetivos establecidos (posteriormente, cuando luego hizo el cálculo de la indemnización, comprendió la jugada). Tampoco le dio mucha importancia cuando en su día no pudo entrar al portal del empleado a gestionar su paquete de retribución variable, ni siquiera tras reportar a recursos humanos la incidencia. También entendió en los últimos meses que pasara de depender de un jefe a otro y a otro sin que se le asignaran nuevas funciones y sin que sus nuevos mandos apenas le dirigieran la palabra.
Cuando le despidieron tenía 58 años y curiosamente la notificación de su salida de la empresa coincidió con el del día en el que tres décadas atrás rubricara el contrato que iniciaba su relación laboral con ella. Cuando el destino se pone poético… se olvida de darte las respuestas y te abruma con preguntas.
Su historia es real, tanto como que yo conozco al protagonista, y es llamativa no sólo por el fondo, el edadismo que desangra a nuestras empresas de talento con experiencia, sino por las formas, el burofax, un procedimiento frío, distante y tajante que libera de dar explicaciones. Entonces el confinamiento nos obligaba a no vernos, pero el teléfono y las videollamadas suplían las reuniones presenciales, las charlas formales e informales, los cumpleaños a coro… En la distancia se despide mejor porque no se da la cara. Nadie le llamó para avanzárselo, no hubo un jefe piadoso -empático dirían los doctos en lenguaje del management– ante el que mostrar su incredulidad y al que pedirle un porqué. Treinta y un años de carrera fulminados por un papel… y el silencio.
¿Quién puede tomar la decisión de despedir así? Salidas las ha habido, las hay y las habrá siempre. La sostenibilidad de la empresa es un imperativo que, no obstante, ha de interiorizar unos cómos innegociables. No se puede poner a la persona en el centro del discurso y olvidarse de ella cuando éste no condiciona un contrato. La falta de respeto y la ausencia de ética hacen saltar por los aires cualquier estrategia de buen empleador y la convierten en una campaña de mensajes publicitarios y, por lo tanto, tan ideales como irreales. Sólo alguien que no tiene ni idea de que la reputación de la marca empleador se crea con mucho esfuerzo, se transforma diariamente con pequeños detalles durante el ciclo de vida del empleado y se destruye sin sudar una gota puede hacerle tanto daño a su organización.