La crisis del coronavirus ha impulsado algo que la civilización ya hacía tiempo que había descubierto: el trabajo a distancia. El teletrabajo no lo ha inventado el coronavirus, lo propició la tecnología de la internet, y lo inventó hace más de 70 años. Sin embargo, el proceso de transformación digital es lento. Y es lento porque en los procesos de cambio intervienen tres perfiles en conflicto: los promotores, los escépticos y los detractores. Los primeros, los impulsan. Los segundos, miran y esperan. Y, los terceros, se resisten y oponen al cambio.
La situación de confinamiento derivada de la crisis sanitaria provocada por la presencia del COVID-19 ha actuado como un catalizador. De repente, no hemos tenido más remedio que adaptarnos a la situación de confinamiento y al trabajo desde casa. Pero, los ordenadores, las conexiones y las herramientas necesarias ya estaban allí. La sociedad digital, como sociedad del conocimiento, había hecho sus deberes. La sociedad estaba tecnológicamente preparada para el teletrabajo y para muchas otras actividades mediatizadas por la internet. Sin embargo, socialmente, faltaba un cambio de hábito para adoptar los modos digitales de trabajar. La crisis del coronavirus ha estimulado la adopción de las herramientas digitales. Ha estimulado este cambio social y cultural.
Las primeras semanas del confinamiento fueron duras para muchos trabajadores. Familiarizarse con las herramientas digitales ha requerido un sobresfuerzo a una gran parte de la población tanto para trabajar como para socializar a distancia. Sin embargo, unas semanas después, el trabajo en línea se ha normalizado. Los escépticos se han dado cuenta de que ellos también podían trabajar en línea. Los detractores, a regañadientes, han tenido que reconocer ciertas ventajas en el teletrabajo. La cuarentena ha surtido efecto. El trabajo en línea se ha convertido en una opción real para muchos trabajadores del conocimiento. La crisis del coronavirus ha impulsado la socialización de la sociedad digital. La sociedad ha dejado de dudar de las ventajas derivadas de los usos de Internet en el trabajo, en las administraciones, en la educación, en la comunidad y en la vida personal. Está adoptando las tecnologías digitales. Los ciudadanos digitales han pasado a ser mayoría.
¿Cómo quedará el trabajo y sus entornos? El trabajo presencial seguirá automatizándose y robotizándose como hace mucho tiempo lleva sucediendo mientras que el trabajo de las clases creativas seguirá evolucionando hacia formas más ágiles de cooperar y producir en línea. Si durante el confinamiento hemos podido constatar que el mundo puede seguir activo gracias a la electrónica y las telecomunicaciones, ¿por qué habría que hacer un paso atrás? Muchas empresas están descubriendo que el teletrabajo no es una mala opción. Se han dado cuenta de que pueden reducir sus espacios físicos y ampliar sus espacios virtuales. Están comprobando que esta opción es digital, social, cultural y económicamente interesante.
La cadena de cambios que esto provoca no es nada desdeñable. Afecta a la movilidad, a la comunicación, a la restauración, al hospedaje, a los espacios de trabajo, incluso al vestido y a la alimentación. La pantalla se instaura como el acceso a un mundo digital en el que ocurren cosas que cada vez tienen más sentido en nuestras vidas: el trabajo, el entretenimiento, la sociabilidad, la comunicación, la información, la creatividad… en línea. Es decir, todo aquello que conforma nuestro nuevo estilo de vida, el que poco a poco vamos adoptando para vivir en un orden digital del mundo, el que está construyendo nuestra civilización tecnológica.
El coronavirus ha llegado asustando a la raza humana con el miedo al contagio y la amenaza de la muerte. Los humanos hemos reaccionado con el aislamiento, la distancia social y el hábito de protegernos las manos y los orificios de respiración. La sociedad ha descubierto que las tecnologías digitales estaban ahí esperando a ser utilizadas socialmente. Y se ha acostumbrado a utilizarlas de una manera bastante definitiva. El mundo y la sociedad digital no es que haya llegado, sino que estaba aquí desde hace mucho. Lo que ha sucedido es que, con la crisis del coronavirus, se ha consolidado definitivamente. De repente se ha hecho «normal» vivir y trabajar a través de Internet, sus plataformas y sus aplicaciones.
La oficina va a estar allí donde tengamos un terminal y una conexión. Será en casa, será en un coworking o será en una oficina tradicional. El espacio va a ser lo de menos. En la sociedad digital y del conocimiento la persona conectada a Internet constituye una unidad tecnológica y social. Mi trabajo está donde estoy yo. Gracias a las telecomunicaciones, a las aplicaciones multimedia y a una mayor capacidad de computación de las máquinas el espacio físico cada vez importa menos. Si podemos hacer una videoconferencia con gente de cinco ciudades distintas y la reunió logra sus objetivos, ¿por qué la próxima vez tendríamos que reunirnos físicamente? Esto es el progreso.
Internet llegó para cambiar la vida de las personas, de las organizaciones, de las sociedades y del mundo entero. Ahora mismo estamos asistiendo al momento en el que los tecnoescépticos y los tecnófobos se están percatando de ello. Parece que, después de todo, vivir a través de la pantalla no es tan malo como parecía a algunos. ¿Quién podía imaginarse en los años 80, cuando estados como Japón y EE. UU. diseñaron sus primeros planes para fomentar lo que entonces llamábamos la sociedad de la información que, cincuenta años después, sería precisamente un virus el aliado más efectivo en el proceso de normalización de la transición social y digital? ¿Quién podía tan siquiera imaginar que un virus, al que se teme por lo que representa, ayudaría al progreso de la civilización?
Por Jordi Colobrans Delgado, Profesor de OBS Business School, Tecnoantropólogo especialista en las relaciones entre tecnología, sociedad y cultura. Es Director de Livinglabing, colaborador de la Fundación i2CAT.