¿Cuántos sentís que os ahogáis?

– ¿Lo que sientes es un ahogo en el pecho, una presión profunda que te obliga a respirar corto y rápido?
– Siento que me ahogo y siento que me hundo. Últimamente ya no hay un in crescendo de diferencia entre la mañana y la noche. Supongo que es porque la química hace que mi sueño sea artificial; duermo por obligación. Y lo primero que siento al levantarme es esa sensación a medio camino entre el dolor y la angustia que sólo viviendo sabes que te va a devastar. El día es un continuo de ansiedad todo para ahora y además un poco más, y sé que mañana será otra jornada igual o peor.
– Entonces no estoy perdiendo el juicio… ¿o quizá sí? Con decirte que a mi pareja le he enseñado “los papeles” por si me pasara algo… Me siento físicamente roto y emocionalmente exhausto. Tú estás de baja y aún no te han despedido, pero lo harán, como a mí si reconozco que estoy enfermo; es lo que se hace con los caballos cuando ya no pueden tirar del carro; un disparo limpio y un ejemplar más joven en su lugar.
Esta es una historia real, tanto que he decidido ponerle mi nombre a la segunda voz, porque aunque no soy yo ahora, lo fui en su momento. Nombrar a la primera lo dejo a vuestra elección, y si lo necesitáis os cedo también a Mayte para que la rebauticéis. Hay muchas Maytes en nuestra Mayte y muchos “ellos” en ella también. Su empeño por darle forma con las palabras a una angustia indescriptible es un viejo conocido mío. Contarlo es arriesgado, lo sé, pero no tengo que demostrar nada a nadie salvo que se puede caer y remontar con una capacidad de resistencia mucho mayor. Realmente me conocí a fondo en mis peores momentos, y soy quien soy ahora por las cicatrices que me dejaron. De aquello ya hace unos cuantos años y el recuerdo lo mantengo intacto. Pero no me pesa; al contrario, lo he convertido en un compañero liviano que me anima a detenerme en cada pequeño detalle de mi vida cotidiana.
No tengo que demostrar nada a nadie salvo que se puede caer y remontar con una capacidad de resistencia mucho mayor.
Vivimos malos tiempos para la salud mental. A veces, vuelvo a reencarnarme en Mayte, con la cabeza como una olla a presión y el corazón latiendo a la velocidad de la luz. Pero lo que no me siento es como un caballo a punto de desfallecer, porque no tiro del carro de nadie salvo del mío y del de quienes quiero tirar. En muchas empresas elegir no es posible, y cada día hay nuevos caídos en el ejercicio de un deber tensionado por los que deciden que los pencos siempre pueden llevar más carga. Ni ellos se van a sostener, ni el mundo, por muy sostenible que queramos hacerlo, tampoco.
Maite Sáenz, directora de ORH.
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