“Duplicar el sueldo de las costureras del sudeste asiático, que permitiría a sus hijos ir al colegio, sólo elevaría 12 céntimos el precio de cada prenda”. Hace una semana que he leído este párrafo en un reportaje de Carlos Manuel Sánchez (XLSemanal del diario ABC) y no dejo de darle vueltas. 12 céntimos de euro. 15 centavos de dólar.
Supongo que la solución es mucho más complicada que una subida salarial lineal sin más…, aunque también entiendo que en ausencia evidente de convenios colectivos al uso estaríamos ante una decisión únicamente empresarial… ¿Pero de qué empresario? ¿Del nativo dueño de la fábrica con pocas normas que acatar? ¿Del cliente internacional con sus headquarters sin vistas a la manufactura? Supongo que es más una cuestión de márgenes que de auténtica RSE. “Las grandes firmas –afirma el reportaje- temen el coste en su reputación de este tipo de tragedias (se refiere a accidentes como el que ha costado la vida a más de 1.000 personas en Daca- y padecen una cierta esquizofrenia: las tensiones entre los departamentos de responsabilidad social corporativa y los de compras están a la orden del día”.
El texto se basa en la experiencia del fotorreportero G. M. B. Akash y no deja de ser ciertamente desesperanzador. Lleva 14 años denunciando con sus imágenes el trabajo infantil y aunque ha sido premiado en numerosas ocasiones, reconoce que no ha conseguido fraguar el gran cambio que ansiaba cuando empezó. Ante la ausencia de respuesta colectiva y coordinada, Akash mantiene intacto su compromiso implicándose personalmente en proyectos individuales con los que consigue canalizar la actividad de una familia y devolver a sus niños al colegio. Dice que esto le ha dado cierta paz a su corazón. Este tipo de problemas de conciencia afloran cuando se ven y se viven situaciones reales de niños esclavos trabajando 12 horas diarias en condiciones indescriptibles. Pero los que sólo lucimos las prendas que ellos hacen con sus pequeñas manos no olemos en ellas su sudor, ni sentimos su cansancio. Compramos barato y más ahora, que hay crisis.
No confío, como Akash, en ningún acuerdo a gran escala que sea efectivo y duradero pero sí en los pequeños compromisos. Siempre se ha dicho que pueden mover montañas; ahora que todos, si queremos, podemos estar conectados, lo tendríamos más fácil. No podemos vivir la realidad de esos niños pero sí imaginárnosla: “¿Dejaría que su hijo trabajase un solo día en un sitio como este? -pregunta Akash-. ¿No? Pues haga algo”.