Un monstruo viene a verme

Maite Sáenz6 mayo 20225min

por Maite Sáenz, directora de ORH.

Me he encontrado con esto en Twitter y lo he “tuneado”. Dice Patrick Ness, autor de Un monstruo viene a verme, que cumplir años “es envejecer, y que crecer es otra cosa. Es darse cuenta de que la vida no es lo que esperas. Es comprobar que a veces se gana y otras se pierde. Y sobre todo, que a veces se gana y se pierde al mismo tiempo. Crecer es aceptar la incertidumbre”. También –y esto ya es cosecha mía– le podemos añadir un poco de imaginación y jugar con ella, con la incertidumbre, me refiero. Eso no nos quitará el miedo, porque el miedo es nuestra reacción natural a lo desconocido y necesario para estar alerta, pero sí que nos hará ser conscientes de él, y quién sabe, a qué lugar recóndito, a qué meta inesperada nos puede hacer llegar. La vida es un suma y sigue de incertidumbres que no solo debemos sufrir.

Más allá de las que nos aquejan a cada uno de nosotros como personas, el mundo de la empresa está lleno de ellas ahora. Y mucho se habla de que la creatividad y la innovación –recordemos que no son lo mismo– son necesarias para ver las causas que las provocan desde una perspectiva diferente, combinando la panorámica del gran angular con el detalle del zoom. Utilizar la imaginación no es soñar, o al menos no es únicamente eso. Da Vinci, Copérnico, Severo Ochoa, Isaac Peral, Colón, Magallanes, Einstein, los Curie… con una visión del mundo mucho más reducida que la nuestra, fueron capaces de imaginar y descubrir nuevas realidades porque supieron interpretar las “señales del futuro” que estaban ahí, no para cualquiera, eso sí. El futuro entonces y el futuro ahora es de los soñadores, siempre lo ha sido: ¿qué no son, sino soñadores, Elon Musk, Rafa Nadal, Richard Branson, Rosalía, Ronaldo, Amancio Ortega, Ophrah Winfrey e Irene Villa, por citar un elenco de contemporáneos nuestros –y muy diversos, por cierto– que han soñado a lo grande y lo han logrado?

Os asombraría saber la cantidad de personajes archiconocidos de toda profesión y condición que no lo han tenido fácil en sus orígenes, aunque la mayoría son tan normales como vosotros y como yo. Los suyos son sueños aterrizados que les han hecho crecer. Pero no os quedéis con la idea de que hay que hacer los “sietemiles” para ser un soñador en acción. Todos los sueños suman, en ellos el tamaño no importa. La verdadera diferencia la hace la imaginación -tener sueños- y el tesón -emplearse para lograrlos-. El problema es que a pesar de la ola de originalidad y autenticidad –más impostada que otra cosa– que nos invade, nuestros CEO, nuestros directivos, nuestros compañeros o incluso nosotros mismos preferimos definirnos como “profesionales apasionados y orientados al logro” –esto es, con mucho tesón– más que como “personas soñadoras” capaces de imaginar, y de experimentar, de probar, de equivocarse y de volver a probar. Quizá es cuestión de argumento: si entendiéramos que imaginar puede consistir en vernos más capaces dándoles una nueva dimensión a nuestros recursos, a lo mejor soñar no nos parecería cosa de ilusos.

Muchas veces me viene a la mente una frase de mi abuela Teresa, a la que le debo el nombre que nunca uso: “¡Qué farsantes son los años!”, decía cuando ya era viejita. Supongo que echaba la vista atrás y recordaba lo larga que se le antojaba la vida que tenía por delante y lo breve que se le confirmó una vez vivida. Nosotros estamos más o menos en la mitad del trayecto y todavía podemos cambiar lo que esperamos de nuestra historia escribiéndola diferente, asumiendo que las incertidumbres, haberlas, “hailas”.


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