Quien deja camino por vereda atrás se queda… 

Verónica del Río15 diciembre 20224min

Por Verónica del Río San Millán, codirectora de ORH.

Si algo caracteriza a este 2022 que ya está a punto de finalizar es la vuelta a la normalidad. Es el año que nos ha permitido recuperar de una manera más plena muchas de las facetas y actividades de nuestra vida cotidiana. Y es el año también donde las culturas de las compañías y sus discursos de compromiso con el talento se han puesto a prueba, quedando muchas empresas retratadas en relación a aspectos como la flexibilidad o la gestión basada en objetivos, rendimiento y confianza en los empleados. 

No olvidemos que algunas arrancaron el año haciendo directamente ‘game over’ al borrar de un plumazo la opción del teletrabajo… Otras, sin embargo, han continuado en la aventura del modelo híbrido y han tratado de ir pasando pantallas y superando sus retos: por un lado, encontrar el equilibrio adecuado entre teletrabajo y trabajo presencial, y por otro, lo más complejo, dar sentido a la vuelta a la oficina. 

En esa búsqueda de la fórmula magistral -como en cualquier viaje o aventura- existe la tentación de buscar atajos que nos conduzcan de manera más rápida a nuestro destino y nos ahorren tiempo y esfuerzo. Y me preocupa que en el caso de la vuelta a la oficina, haya algunos que estén haciendo uso de uno de esos atajos. ¿Por qué digo esto? ¿A qué me refiero? Pues a en los últimos meses se ha incrementado de manera notable la demanda por parte de las compañías de formación presencial, sin que medie, en muchas ocasiones, una razón clara o técnica que justifique ese alto interés por el formato en aula. Esto es lo que me lleva a plantearme si no estaremos aprovechado la formación como excusa para obligar a los empleados a volver a nuestras sedes corporativas; si no estaremos tratando de camuflar así la voluntad unilateral de la empresa de que sus empleados regresen. 

No seré yo la que discuta la urgente necesidad de desvirtualizarnos y volver a vernos las caras sin una pantalla por medio, ni mucho menos la que cuestione los enormes beneficios de la formación presencial, de siempre y también ahora, especialmente ahora. Es más, entiendo que la formación presencial puede ayudar a reforzar esos lazos en los equipos, más allá de su propio fin formativo. Pero sí que discutiré la instrumentalización de la formación, que se anteponga el cómo- el formato- por un objetivo ajeno al formativo, bien sea esa necesidad de tener a los empleados ‘controlados’ en un mismo espacio o, incluso, todavía más descabellado, la necesidad de amortizar esos contratos de alquiler de oficinas que muchas compañías aún tienen en vigor.. 

En estos momentos de profunda transformación, la formación es más necesaria que nunca. Convertirla en la moneda de cambio es, primero, malgastar su potencial (con el alto coste que conlleva el no contar con una plantilla bien formada y actualizada) y, segundo, echarnos piedras contra nuestro propio tejado porque si la empresa obliga al empleado a volver a la oficina para recibir una formación presencial que perfectamente podría recibir online, su rechazo por la vuelta va a ser todavía mayor… Ya lo dice el refrán: quien deja camino por vereda, atrás se queda…

 

 

 

Foto: pexels.com

 


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