Entre las numerosas consecuencias que nos ha dejado la crisis de la covid, hay una que ha prevalecido por encima de todas las demás: el anhelo por la permanencia del teletrabajo, que hace que ciertos perfiles no quieran volver a la oficina. El fenómeno que comenzó como una necesidad que trajo consigo la pandemia, ha acabado convirtiéndose en un hábito para una buena parte de los españoles.
Esto no es de extrañar, y tiene mucho que ver con la progresiva demanda de modelos laborales más flexibles que ya venía manifestándose en los últimos años por una parte de la población, que llevaba décadas viendo como aumentaba esta tendencia en Europa. En concreto, y según datos del Eurostat de 2018, países como Suecia, Finlandia, Dinamarca, Países Bajos o Luxemburgo poseían un porcentaje de personas que trabajaban desde casa de entre un 30% y un 40%, mientras que España ni siquiera llegaba al 10%.
La pandemia, sin embargo, vio incrementada esta inclinación con la llegada de un confinamiento, que decretó la prohibición de salir de casa para llevar a cabo trabajos no esenciales. Aumentó la cifra de teletrabajo habitual en España, de forma que, durante el año 2020, alcanzó un 16,2%, según el informe del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad del Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital.
Volver a la oficina
Y cuando parecía que volvíamos a la normalidad, vimos como esta tendencia al teletrabajo disminuía de nuevo hasta un 9,4%. Y es que, 8 de cada 10 empresas españolas volvían a requerir la presencialidad al finalizar el verano, sin esperar que ni tres meses después, con la llegada de Ómicron, nos íbamos a volver a ver obligados a trabajar de nuevo desde casa.
El cambio de contexto y la constante incertidumbre han generado cierto estrés entre los trabajadores, que piden más tiempo para organizar sus rutinas y culpan a sus superiores de haber insistido en volver a la oficina ante un panorama todavía incierto, y con el convencimiento de que la improvisación no ha sido un acierto, sino un error.
Ligado a esta fatiga por un cambio constante en las idas y venidas del teletrabajo, está el hot desking, traducido como «puestos calientes». Un nuevo concepto que también está revolucionando los puestos de trabajo tras la pandemia. Y tras el cual muchos de los trabajadores se sienten desorientados al llegar a la oficina y comprobar que su puesto de trabajo se ha visto reajustado, por la necesidad de mantener las distancias entre el personal, los distintos días en los que cada empleado acude a la oficina, etcétera.
Predisposición hacia el trabajo de forma remota
Tanto es así, que una encuesta realizada a nivel global por IWG, compañía de espacios de trabajo flexibles, refleja que casi la mitad de los oficinistas abandonaría su puesto de trabajo si tuviera que volver a la oficina de manera presencial todos los días de la semana. Otro dato impactante que revela esta misma encuesta es que casi tres cuartas partes de las personas entrevistadas renunciarían a un aumento del 10% de su sueldo a cambio de disponer de manera permanente de un modelo de trabajo híbrido.
Esto ha puesto en evidencia varios aspectos en España: el desembolso económico que el teletrabajo obliga a las empresas, y que no todas están dispuestas a asumir, y las carencias digitales de algunas empresas y sectores. No obstante, es evidente que el modelo implantando durante la pandemia, concebido para un determinado espacio temporal, debe someterse a matices. Y por supuesto, que hay empleos donde resulta inviable aplicar el trabajo en remoto, como aquellos relacionados con la atención al público.
También ha quedado patente que, como parte de la excepción que confirma la regla, existen muchas otras profesiones donde la presencialidad no es esencial, ni tan siquiera percibida como un valor añadido. Son perfiles como los tecnológicos los que han aprovechado la situación para plantear el teletrabajo como un estilo de vida factible que quieren implantar de manera definitiva.
Nosotros llevamos tiempo observando esta predisposición hacia el trabajo de forma remota. En especial por parte de empleos como los de programador, ingeniero de software o diseñador. Las características que definen sus profesiones, así como el alto nivel formativo en el ámbito tecnológico que poseen, les permiten realizar su trabajo desde cualquier ubicación. Con los únicos requisitos de contar con acceso a internet y un dispositivo con conexión. Asimismo, consideran que su productividad aumenta ahorrando el tiempo de traslado a la oficina y pudiendo organizar sus horarios de manera flexible, conciliando la vida laboral y familiar.
En disposición de exigir
Todo ello, sumado al incremento que ha sufrido la demanda de estos perfiles en el mercado, les otorga la capacidad de poder ser ellos mismos quienes determinen sus propias condiciones a la hora de decantarse por una oferta o por otra. Y es que, por encima del horario o del sueldo, la posibilidad de optar al teletrabajo y trabajar desde cualquier lugar del mundo se ha convertido en un factor concluyente para este perfil laboral.
Pero el aumento de esta tendencia se torna tan alto que está provocando un gap entre estos perfiles y aquellas empresas que siguen demandando cierto nivel de presencialidad. Lo que comienza a preocupar al mercado y a los directivos del área de Personas, que ven como los perfiles tecnológicos rechazan las ofertas de empresas españolas, y se decantan por compañías extranjeras que sí les permiten trabajar desde donde deseen.
Quizá la única manera de conseguir retener este tipo de talento en nuestro país pase por ser conscientes del momento que vivimos. Y adaptarnos a la evolución que inevitablemente sufre el modelo laboral tradicional implantado en España. ¿Será esta nueva inclinación la que se presente como el impulso definitivo del mercado laboral español para cambiar definitivamente de mentalidad?
Montse Castilla, socia y General Manager de AdQualis Talent.
