Madurez es no culpar a nadie de tu vida

Redacción ORH9 diciembre 20224min

Por David Reyero Trapiello, HR Business Partner en Sanofi Iberia.

Madurez es hoy un atributo clave para tener una buena vida personal y profesional.

Como respuesta a la creciente competitividad, las empresas buscamos personas que aporten soluciones y no culpables, autónomas y conscientes que demostrar y aportar valor es previo a exigir reconocimientos. Personas que jueguen a ganar y no a no perder.

Hoy, las mejores compañías potencian la delegación y el liderazgo distribuido y con menos jerarquías. Pero este modelo solo funciona a pleno rendimiento con personas maduras: proactivas, que no esperen siempre a que les digan lo que deben hacer.

Individuos y equipos comprometidos con la organización y consigo mismos para avanzar, cuestionar el presente, construir un mejor futuro y dejar un buen legado. Hombres y mujeres que mantengan “juventud de espíritu” y hambre para progresar, más allá de la edad cronológica.

Algo que no siempre pasa en el mundo laboral actual, lo que dificulta el desarrollo de profesionales con carreras potencialmente brillantes y genera frustraciones inútiles y evitables.

La madurez nos proporciona un puñado de actitudes positivas que nos ayudarán a crecer y vivir con más plenitud: realismo, autorresponsabilidad, autoconocimiento, autonomía, autocontrol, altruismo, autorrelización, flexibilidad y una sana autoestima, por citar solo algunas.

La madurez nos sitúa como conductores y protagonistas de nuestra vida, sin temor a mostrarnos como somos (“sé tú mismo, los demás puestos ya están ocupados”, decía Oscar Wilde).

Nos lleva al crecimiento y a la transformación al potenciar un sano espíritu crítico, que cuestiona el estatu quo actual y nos anima a alcanzar un mayor estándar de excelencia.

Un progreso entendido, además, de manera altruista y colectiva, de “nosotros y no de yo”, y que supera el egoísmo de la inmadurez. Albert Einstein lo explicaba brillantemente: “La madurez comienza a manifestarse cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos”.

La madurez nos aporta una autonomía, que no excluye pedir ayuda a los demás cuando sea necesario, y nos genera una mente sana. Una mentalidad que no se compara permanentemente con los demás ni se castiga por cometer errores, sino que trata de aprender de ellos.

Actitudes que las empresas valoramos mucho, aspectos que aportan un plus a un currículum que puede ser competitivo en experiencia y conocimientos técnicos, pero que necesita estas habilidades sociales y emocionales para ser redondo.

Por el contrario, la inmadurez nos aleja de nuestra mejor versión al demostrar escasa autocrítica, insuficiente compromiso con nuestra vida, poca reflexión, distorsión de la realidad y una peligrosa tendencia a “echar balones fuera” y nos responsabilizarnos de lo que nos pasa.

El escritor y psicólogo Anthony de Mello resume con su brillantez habitual las bondades de madurez: «Es lo que alcanzo cuando ya no tengo necesidad de juzgar ni culpar a nada ni a nadie de lo que me sucede».

Debemos cultivar la madurez ya desde la niñez, en las familias y colegios. Quizás hoy no sea un “valor de moda” en esta sociedad blanda en la que vivimos. No obstante, estoy convencido de que seguirá siendo muy necesaria en el futuro para lograr una vida plena, responsable y que aflore todo nuestro potencial.

 

Foto de Icons8 Team en Unsplash


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