por Maite Sáenz, directora de ORH.
“Para hacer un buen diagnóstico hay que hablar mucho con el paciente”. A veces, las perlas de conocimiento se encuentran en las situaciones más inesperadas y he de reconocer que sorprendida me quedé cuando escuché esta afirmación de boca de un médico. Lo que se presentaba como una consulta de la que sólo esperaba un trámite rápido sin diagnóstico útil se transformó en una conversación amable sobre mí como persona y no sólo como paciente. Este buen doctor no se parecía en nada al Good Doctor joven y autista de la serie de televisión que sorprende a todos con sus intrincados razonamientos para resolver complejos casos médicos. De hecho, se podría decir que es su perfecto opuesto ya que nuestro protagonista tiene 84 años y todavía ejerce como médico especialista en un conocido hospital madrileño. No obstante, ambos galenos comparten un pequeño detalle: su empeño por romper estereotipos. Uno, demostrando que no hay una línea de corte entre las personas sanas y enfermas en lo que a las capacidades intelectuales se refiere, y el otro, haciendo ver que la vejez no es, ni mucho menos, sinónimo de incapacidad profesional. También se parecen en otra cosa más: los dos se saltan los tiempos habituales de charla con sus pacientes para poderlos escuchar. “Al problema hay que acercarse desde arriba”, me dijo mi buen doctor, porque desde ahí es desde donde mejor se pueden hilvanar las pruebas diagnósticas que nos permitan conocerlo desde dentro.
En 84 años de vida caben, como poco, 60 años de vida laboral y ello no significa otra cosa que mucho conocimiento acumulado a base de estudio, experiencia, errores y logros. En una ocasión le preguntaron a Rita Levi, Premio Nobel de Medicina en 1986: “¿Qué haría ahora si tuviera 20 años?” Y ella contestó: “¡Pero si ya estoy haciéndolo!”. Levi decía que el cuerpo se arruga, no el cerebro, pero ahora nos empeñamos en envejecerlo incluso antes de tiempo porque pensamos que es incapaz de seguirle el ritmo al conocimiento tecnológico, como si fuera el único con autoridad para hacer avanzar a la sociedad hacia un mundo mejor.
Mi buen doctor me confesó que los médicos más jóvenes le consideran el típico “abuelo cebolleta” que con vocación de martillo pilón insiste en enseñar a quien quiera escucharle que no todo es transcribir al ordenador el historial médico de un enfermo. Muchos apenas miran a los ojos a sus pacientes, haciendo dejación de ese contacto visual tan necesario para transmitir confianza y recibirla. Mi buen doctor dice que estamos perdiendo las buenas costumbres, que cada vez cuesta más reconocer a las personas que hay detrás de los buenos profesionales. Si no conversamos no sabremos escuchar. Y si prescindimos de los mayores dejaremos a los jóvenes sin puentes para cruzar.