El talento femenino se abre paso en las organizaciones para avanzar, con mayor lentitud de lo que debería, hacia las posiciones de alta dirección en las compañías de nuestro país. Pero, ¿realmente se está rompiendo el techo de cristal que la mujer siempre ha encontrado para progresar en el mundo económico?
Las empresas que cuentan con políticas más avanzadas en materia de integración de la diversidad y de promoción del talento femenino, están llevando a cabo una discriminación que trata de favorecer de forma positiva la promoción de la mujer. No pensemos que esto es un regalo ni que por ello se discrimina al hombre. Simplemente significa que en un proceso de selección o de promoción interna, entre una mujer y un hombre en igualdad de condiciones y con un historial profesional equiparable, se elige a una mujer para el puesto.
¿Por qué sucede esto? La explicación es sencilla. Todavía hoy la mujer, que representa el 45,5% de la población en edad de trabajar, ocupa solamente el 21% de los puestos directivos en las medianas y grandes empresas, ocupando solo el 12,1% de los sillones en los comités de dirección, si nos centramos en las empresas del IBEX 35.
Puedo asegurar que esta falta de representatividad no se corresponde con la riqueza del talento que estas aportan y que, por tanto, esa discriminación positiva está más que justificada. Sin embargo, ¿conseguimos con ello solucionar el problema? La respuesta es no.
Los propios directivos aseguran que no están haciendo las cosas bien. Cuando analizan el perfil de mujer que asciende en la carrera directiva, confiesan que estas no aportan un perfil diferente al que sus colegas masculinos ya tienen. Por tanto, el objetivo de ampliar la diversidad en la alta dirección de las empresas a través del género no está funcionando.
Competencias como la empatía, la capacidad de comunicación, de llegar a acuerdos ecológicos para todos, de colaborar transversalmente en las organizaciones, entre otras, se quedan por el camino en la carrera hacia la alta dirección, abriéndose paso, como siempre, el logro y el poder por encima de todo.
Si queremos hacer las cosas bien, tendremos que superar los sesgos inconscientes que llevan a los altos directivos de las empresas a rodearse de aquellos y aquellas que son
como ellos mismos, para ser todavía más lo que ya son.