Cartillas Rubio: ¿Sobreviven los básicos en la era de los expertos?
Por Maite Sáenz, directora de ORH.- Conservo el recuerdo nítido de mis días de renglones dobles con las cartillas Rubio. Y también algunas tardes de gloria post sublevación colegiala escribiendo 100 veces el objeto de mi falta para no olvidarla nunca jamás. Por aquel entonces lo de la plasticidad neuronal no había salido del laboratorio. La memoria se alimentaba porque era la manera de que no se quedara plana, como los encefalogramas. Y los maestros, que no eran científicos pero que cultivando mentes eran bien doctos, sabían que era cuestión de tiempo y esfuerzo desperezar las neuronas del más justo de la clase.
A las cartillas Rubio les debo mucho: paciencia para completar las repeticiones, atención para no salirme de las líneas y concentración para acabar cuanto antes mis tareas diarias con los menores errores posibles, porque el premio -merendar e irme a jugar- bien valía el esfuerzo. En aquellos mis primeros años yo no era consciente de que lo que mis mayores querían, en casa y en la escuela, era que adquiriera buenos hábitos. Las cartillas Rubio eran entonces lo que los básicos son ahora, y enseñaban mucho más que a escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. Enseñaban constancia.
Echo de menos la constancia en el mundo de hoy. Y también echo de menos que los básicos no se aprecien. La cultura del error está bien cuando se interpreta bien y no cuando se utiliza para trivializar y exculpar la incompetencia. Sí, la incompetencia. Equivocarse de manera reiterada en los básicos es una decisión, posiblemente inconsciente, con la que nuestro cerebro expresa su falta de interés o su incapacidad. ¿Equivocarte en los básicos? Sí cuando eres un aprendiz, no cuando cobras como un experto. Y no me vale el cuento de la desmotivación. El trabajo es una expresión más de cómo somos y deja marca: nuestra verdadera, auténtica e indeleble marca, no la que empolvamos con personal branding. Si nos permitimos fallar en lo que podría hacer mejor un becario, ¿dónde dejamos nuestro orgullo por el trabajo bien hecho?
La falta de constancia nos hacer querer acelerar de cero a cien sin respetar los cambios de marcha. Queremos bailar en el Bolshoi sin llagarnos los pies. Queremos ser jefes sin antes ser indios.
De tan rápido que queremos alcanzar el éxito nos hacemos descuidados con los detalles, que en muchas ocasiones coinciden con los básicos. No podemos brillar siendo chapuceros. No podemos dejar buena huella ejerciendo con desidia. Pensadlo bien, nuestro pasado es una suerte de blockchain en lo que a nuestra actitud se refiere y en él también aplica lo de “la gente nunca olvidará cómo les haces sentir”. Las empresas por las que pasemos tampoco. Y nuestro networking, el bueno y el que quisiéramos esconder, nos hará transparentes para las que nos encontremos en el camino.