por David Reyero, HR Business Partner de Sanofi Iberia.
En nuestro mundo desarrollado vivimos llenos de comodidades y sistemas para satisfacer con rapidez nuestras más diversas necesidades y deseos. Avances positivos y que nos dan mayor calidad de vida. Y a la vez, facilidades que pueden llevarnos –si nos descuidamos– al conformismo, a la falta de una sana ambición de progreso, a caer en los riesgos de ser “personas blandas”.
Expertos como Santiago Álvarez de Mon describen con brillantez con los riesgos de una “sociedad blanda”, con poca habilidad para superar las adversidades naturales de la vida, carentes del necesario afán de superación.
Hoy tenemos un contexto social donde se habla mucho de derechos y demasiado poco de deberes y responsabilidades. Y esto es negativo para avanzar individual y colectivamente como sociedad.
¿Estamos administrando bien la abundancia en esta sociedad? Se pregunta Alvarez de Mon en su excelente libro Desde la adversidad.
Una vacuna eficaz
El virus de esta “vida plana” no entiende de edades ni clases sociales. Una tentación para la que la autoexigencia puede suponer una vacuna eficaz.
La autoexigencia nos reta a salir del conformismo y la falta de ambiciones. Nos ayuda a no perder de vista nuestras ilusiones o nos impulsa a definirlas. Supone una fuente de automotivación que nos permitirá abordar mejor las dificultades, gestionar mejor el estrés y sacar más partido a nuestras fortalezas.
En el mundo profesional, el liderazgo y el alto rendimiento sostenido van muy asociados a una sana autoexigencia y exigencia colectiva, a un espíritu de reto continuo y desafío del estatus quo. El progreso es cuestión de carácter y de no conformarse con el nivel actual de excelencia.
Un ejemplo es Pablo Pineda, el primer licenciado universitario europeo con síndrome de Down. Sus reflexiones son muy inspiradoras sobre los beneficios de la exigencia. “Mis padres tuvieron ideas revolucionarias para la época: me enseñaron a ser lo más autónomo posible. Eso me ayudó a ganar confianza, a no dejar de crecer e ir superando mis limitaciones. La natural sobreprotección de los familiares es la primera gran barrera de las personas con discapacidad”.
¿Jugar a ganar o jugar a no perder?
Me pregunto si estamos educando con este nivel de excelencia y exigencia a niños y jóvenes con menos dificultades que Pablo Pineda. Y me preocupan las consecuencias que puede tener esto para su desarrollo futuro, en un entorno personal y profesional que será indudablemente complejo, competitivo y disruptivo.
La autoexigencia es, desde luego, una decisión personal; más allá del contexto y limitaciones que tengamos a nuestro alrededor. Hoy podemos jugar a ganar o jugar a no perder.
Muchas personas han apostado por ser optimistas y autoexigentes que cuando tenían todas las razones del mundo para ser pesimistas y pasivos.
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