Intraemprendedores en el siglo XVI

Verónica del Río24 octubre 20225min

por Javier Fernández Aguado, HR Blogger de GlocalThinking. Las empresas son organizaciones vivas. Las más avezadas aspiran a que las personas que en ellas trabajan no se limiten a cumplir funciones, sino que se entreguen de tal manera que se transforme cada uno de los implicados en un intraemprendedor. No es fácil asumir ese paradigma, porque muchos directivos alientan un profundo temor a verse desbancados por quienes no desean vivir su profesión de manera insípida. Por este motivo, cuando comienzo a trabajar con una organización solicito desarrollar una sesión de trabajo con el primer nivel, el comité de dirección, y una posterior con el sucesivo escalón. Conocer a quienes dependen del primer nivel es casi siempre más instructivo. Las palabras se las lleva el viento; la selección es lo relevante: la gente de primer elige otros de primera.

Entre los múltiples ejemplos que pueden espigarse, me centro en una mujer y un hombre que han marcado la vida de innumerables de personas gracias a su actitud para el intraemprendizaje. Hace escasos meses, invitado por una multinacional alemana experta en la gestión de expatriados les hacía considerar el modelo de Teresa de Ávila, conocida por muchos como santa Teresa de Jesús. Esta audaz fémina, procedente de una familia abulense perteneciente a la burguesía, fue capaz de enfrentarse a usanzas ancestrales comenzando por el desprestigio social que sufría la mujer en aquella época, tal como he mostrado en el capítulo que le dediqué en mi obra 2000 años liderando equipos (Kolima, 2020). Detallé en mi intervención que fue capaz de romper moldes, permaneciendo en España, lo mismo que varios de sus hermanos hicieron lo propio acompañando a Pizarro en su conquista del Perú. Pueden verse detalles de esa gloriosa aventura en El encuentro de cuatro imperios (Kolima, 2022).

Teresa de Jesús mostró visión estratégica y capacidad directiva en la elección de sus colaboradores.

Hago referencia también a Juan de la Cruz, quien, entre sus cualidades, acopia la de ser probablemente el poeta que mejor ha cantado al amor en lengua española. Juan de la Cruz procedía de una familia de escasísimos recursos, pero con su vida desmintió el cliché de que una España que daba sus últimos coletazos de medievo y arrancaba el renacimiento era socialmente estanca. Con notable esfuerzo, logró abrirse camino en Medina del Campo, ciudad a la que acudió su madre, pues disponía de mejor escudo social que Fontiveros o Arévalo.

Nunca nadie nos está esperando, hay que pedalear con esfuerzo para superar los estorbos. En ocasiones, procederán de la competencia, pero en otras muchas será el fuego amigo el que trate de obstaculizar a quienes no se contentan con una existencia rutinaria. Los meses de encarcelamiento de Juan de la Cruz por parte de sus hermanos calzados es una muestra de que en múltiples organizaciones el enemigo está dentro. ¡Qué bien lo explicó Eisenhower en Cruzada en Europa refiriéndose en este caso a la ardua coordinación entre británicos, galos, polacos y norteamericanos en su avance hacia Alemania, tras el desembarco de Normandía!

Algunos quedan arrumbados tras la brega. Otros, por el contrario, salen fortalecidos de los períodos de dificultad. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, haciendo caso omiso de los improperios recibidos por anhelar un mundo mejor, pusieron en marcha proyectos que han iluminado la vida de incalculables criaturas en los últimos cinco siglos. Podían haberse rendido a obstáculos como los erigidos por la princesa de Éboli en Pastrana, pero supieron digerir contradicciones y surgieron vigorizados en su anhelo por crear entornos conspicuos.

Cuando en el devenir de nuestro avance tropecemos con valladares que parecen insuperables, es altamente conveniente conocer la experiencia de aquellos que sufrieron la obcecación de quienes parecían buitres avizorando carroña. En medio de las sucesivas tremolinas, un profesional debe rezumar optimismo para dejar atrás las baraúndas en los que se zambullen los menos valiosos. Y todo esto, siempre sonrientes y nunca cenceños de ánimo.

Entre los múltiples textos en los que los interesados pueden profundizar, menciono la extensa obra de Efrén y Otger Steggink que lleva por título Tiempo y vida de San Juan de la Cruz (BAC, 1992).


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