Esta mañana, de camino a Barcelona en el AVE, cayó entre mis manos un artículo de la sección de economía de la Vanguardia cuyo titular era “Las empresas dirigidas por mujeres ganan más en Bolsa que las de los hombres”. Al parecer, esta es la conclusión del estudio realizado por el Banco Sueco Nordea Bank sobre un universo de 11.000 empresas cotizadas de todo el mundo. Pero lo más relevante es que el estudio no se fija en cuestiones sentimentales, cualitativas o de imagen sino que está basado en la “performance” de la rentabilidad de esas empresas.
Os describo el contexto. La hora temprana junto con el primer café caliente de la mañana, la lectura y esa extraña sensación de quietud que solo encuentro cuando viajo en tren, me llevaron a ensimismarme sobre qué características podrían resultar diferenciales del liderazgo femenino.
Milagros Pérez Oliva escribía hace poco en el Diario “El País” a propósito de las claves por las que Ángela Merkel había conseguido renovar su “aval” como Canciller al frente del Gobierno alemán, en oposición al destino que habían sufrido gran parte de sus colegas (masculinos) fruto de la gestión de la crisis financiera. Según describía su columna, la figura de Merkel se caracteriza por la discreción, por la fortaleza, la capacidad de lucha y la resistencia que hacen posible a una “Madre de Familia” mantener la casa en pie contra viento y marea por más difícil que se ponga la cosa fuera.
En mi opinión, el liderazgo femenino siempre ha estado ahí. Cierto es que siempre ha sido silencioso y pausado aunque desarrollado con la determinación de quien tiene la capacidad de enfocar la resolución de los problemas con la perspectiva de un lejano horizonte y no con la ansiedad del corto plazo. En definitiva, con el aura poderosa de la quietud y la proyección sobre el porvenir que tienen todas las decisiones que caracterizan el buen gobierno.
El ser humano no deja de ser una especie superviviente guiada en el transcurso de los tiempos por timones capaces de garantizar la estabilidad y la seguridad en un mundo vertiginoso en continua transformación. Algo que, hoy en día, se ha convertido en verdadera Metamorfosis, definida basándome en que “más de 140 caracteres” se convierte en una novela y a que los formatos audiovisuales más consumidos son aquellos que se exponen en no más de 1 min 40 seg. En este contexto, el valor de la seguridad, de la predictibilidad, la capacidad de proyectarse a largo plazo son, sin duda, los valores diferenciales de todo liderazgo.
Nuestra sociedad, nuestras empresas necesitan en un entorno tan volátil del valor de la seguridad. Pero la seguridad del siglo XXI no se manifiesta en la fuerza bruta, el manejo de la caballería en el campo de batalla o la firmeza simbólica de los pantalones, hoy la seguridad se manifiesta en la firmeza que permite no dejarse llevar por la impetuosidad del momento. Efectivamente, el liderazgo femenino ha estado siempre ahí… silencioso… casi oculto… pero meciendo, generación tras generación, la cuna de nuestro futuro, gestionando con maestría los momentos de crisis como el que se produce ante la furia desencadenada del llanto de un bebé hambriento o la ira de los hombres porque destacaban al frente de una empresa o negocio. Resistiendo ese ocultismo de una sociedad machista que las creía marginadas… pero manteniendo siempre la mirada en el horizonte, conscientes de esa capacidad de proyectarse, en la certeza de que llegaría el día en que alguien caería en la cuenta de que siempre han estado ahí… esperando este momento.
Por eso, me pregunto si, aún hoy, a alguien le extraña que las empresas dirigidas por mujeres ganen más en bolsa que las de los hombres.
Es cierto, estas son las claves y el momento ha llegado… ¡el futuro del liderazgo es hoy!, A todas las mujeres… especialmente a todas las madres….
Por Merche Aranda, directora del Máster Desarrollo Directivo, Inteligencia Emocional y Coaching de EAE.