El idioma del liderazgo: de Julio César a Steve Jobs

Redacción28 febrero 20225min

Hace más de dos décadas propuse como metáfora para desarrollar liderazgo la de entenderlo y tratarlo como un idioma. Su diccionario se divide en tres capítulos. El primero es técnico: resulta ineludible conocer a fondo de lo que se habla en cada sector. El segundo apartado es el de habilidades comportamentales y directivas, erradamente adjetivadas como soft skills, porque nada tienen de suaves, pues son complejas de asimilar y exigentes en su ejecución. La tercera parte es la que permite diferenciar a los manipuladores de los líderes. Los primeros se aprovechan de sus seguidores, fagocitando lo mejor de ellos para su exclusivo interés. Los segundos se esfuerzan por mejorar a los demás y a sí mismos.

Casi nadie pronuncia bien todas las palabras y asume en plenitud la totalidad de procederes. Es ventajoso, tal como propongo en El idioma del liderazgo (LID), aprender de lo bueno y evitar lo descaminado. Voy a esbozar a vuelapluma dos personajes que coinciden, entre otras muchas características, en que vivieron 56 años sobre esa tierra.

Julio César (100-44 a.C.), como detallo en Roma, escuela de directivos (LID) procedía de una familia con más boato que medios. De camino a Grecia para enjambrarse en lo que hoy denominaríamos un MBA, fue apresado. En medio de la incertidumbre, jugó bien sus bazas, elevando él mismo el precio del rescate para que los piratas le mantuvieran con vida. Ya liberado, se encargó él mismo de crucificarles.

En su haber se encuentran, entre otros, los siguientes aspectos positivos:

  1. valentía para no traicionar a Cornelia, su primera mujer, cuando Sila le reclama que la repudie;
  2. audacia para enfrentarse en primera línea siempre que así fue preciso en las batallas;
  3. innovación en Alexia para enfrentarse a dos ejércitos atacantes, uno desde la ciudad amurallada y el otro desde el exterior, para lo que hizo construir un segundo cercado;
  4. no se regodeó cuando Pompeyo es asesinado, aunque en realidad quizá fue mera astucia, porque al llorar no se vio obligado a pagar a Ptolomeo;
  5. buen comunicador: la guerra de las Galias por él dictadas son un destacado manual de marketing;
  6. generador de compromiso: en Farsalia motivó a su gente a favor de Roma, mientras Pompeyo se dedicaba a cavilar sobre el cordero que deseaba consumir el día siguiente, al igual, por cierto, que Napoleón en la batalla de Waterloo. Ninguno lo degustaría.

Frente a eso, fue

  1. egoísta
  2. megalómano
  3. despiadado
  4. instrumentalizador de sus colaboradores;
  5. autocomplaciente

Steve Jobs (1955-2011) también acopió comienzos complicados. Fue dado en adopción por la falta de medios de sus progenitores biológicos. Puede aprenderse de él:

  1. su creatividad;
  2. su capacidad de motivar para que cada uno diese lo mejor de sí mismo;
  3. su revolucionaria visión estratégica cuando nadie apostaba por los ordenadores personales ni por encapsular música;
  4. su envidiable don como comunicador que le permitió captar el mejor talento con una frase acertada: ¿quieres vender agua azucarada o cambiar el mundo?, interrogó a John Sculley;
  5. su habilidad para generar ilusiones;
  6. su incansable don emprendedor que le permitió transitar de la informática al cine y viceversa.

Desafortunadamente,

  1. plantó a colaboradores, comenzando por Steve Wozniak
  2. fue egoísta,
  3. acabó nominando a un ordenador con el nombre de la niña -Lisa-, pero jamás la ayudó económicamente;
  4. Hacía trabajar hasta la extenuación; y
  5. carecía de empatía.

Ojalá de cada personaje espiguemos lo positivo y soslayemos lo pernicioso.

Javier Fernández Aguado


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