En los resúmenes de libros sobre Talento y Organización que realiza Accenture strategy resulta muy interesante el manual de David Marcum que lleva por título «Egonomics». El autor explica que en una reunión de empresa cualquiera, no se necesitan más de cinco minutos para comprobar si es el ego de alguien el que resta honestidad a lo dicho, hace que disminuya la confianza o la sinceridad de los que escuchan y provoca que el debate no sea completamente abierto. En situaciones así, el ego deja de ser una ventaja y se convierte en un estorbo. Las primeras señales de que esto está sucediendo suelen ser cuatro:
1. Compararse. Querer aparecer como muy competitivos a veces provoca el efecto contrario y nos hace parecerlo menos. Al compararnos en exceso con los demás, renunciamos a nuestro potencial tratando de ser “mejores que” o al menos “tan buenos como” otros. Al ser un hábito inconsciente, la comparación será bien un instrumento de utilidad, bien un arma dirigida contra nosotros mismos.
2. Estar a la defensiva. Existe una gran diferencia entre defender una idea y estar a la defensiva. Dado que nadie es omnisciente, las mejores decisiones son el resultado de un pensamiento riguroso e independiente, seguido de un debate apasionado y colaborador.
3. Exhibir la brillantez. Exhibir nuestra brillantez o el talento del que estamos dotados es algo hacia lo que todos nos sentimos inclinados. Ocultarlos no hace ningún bien a nuestra carrera profesional. Sin embargo, lo malo no es tanto darle visibilidad como convertirlo en centro de atención y malgastar así el tiempo y la energía. Cuanto más queremos o esperamos que los demás reconozcan, aprecien o admiren lo inteligentes que somos, tanto menos nos escucharán, incluso aunque seamos dueños de las mejores ideas.
4. Buscar aceptación. La aceptación y el respeto se encuentran entre las necesidades más básicas del ser humano. Sin embargo, cuando igualamos la aceptación o el rechazo de nuestras ideas con la aceptación o rechazo de lo que somos, queremos jugar sin riesgos. Tendemos a nadar con la corriente y a encontrar una manera ligeramente diferente de decir lo que ya se ha dicho siempre que la aceptación sea el resultado final.
Los tres principios de la egonomía
Por debajo de una comunicación pobre, o de personalidades enfrentadas o de malos pensamientos siempre encontraremos nuestro ego, y estas primeras señales de haberlo gestionado equivocadamente no desaparecerán con tan solo ignorarlas. Es preciso que pasen a ocupar su lugar los tres principios de la egonomía:
1. La humildad. La humildad es el primer principio por su capacidad única de abrir mentes. Hasta que no aprendemos a escuchar y a aprender, no podemos contar con la curiosidad y la veracidad entre nuestras virtudes. La humildad no sólo nos garantiza una mente abierta, sino que -aún más importante-nos ayuda en el progreso de nuestro trabajo.
2. La curiosidad. Una vez que la humildad abre nuestra mente y nos hace comprometernos a mejorar, la curiosidad es entonces el elemento que nos impulsa a explorar nuevas ideas. El número de preguntas que formulamos no indica por sí solo la calidad de nuestra curiosidad, sino que esta se mide en gran parte por la disposición que crea en los demás a decirnos lo que de verdad piensan y por la capacidad auténtica para escuchar los diversos puntos de vista.
3. La veracidad. La veracidad es el tercer principio de egonomía gracias al cual nuestro ego trabaja a favor y no en contra de nosotros. Mientras que la verdad se refiere principalmente a los hechos o a la realidad, la veracidad es un hábito de búsqueda y de adhesión a esta. La veracidad se diferencia de la verdad en la acción y no en el valor.