El otro día, hablaba con mi mejor amigo sobre ayudar a la gente. Él me decía que, hace unos días, salía de hacer compañía a personas en un albergue municipal. Había estado allí casi dos horas y media. Charlando. Escuchando. Viendo cómo jugaban en el ordenador. Ayudando a entrar en alguna página web o a poner en marcha algún portátil. Me dice que le gusta. Le hace más persona. Aunque suene a cursilería. Ganas en consciencia, creo yo. Y se encontró a unos cientos de metros de la puerta a un hombre tirado en el suelo. Luchando por ponerse de pie contra una muleta y contra más de un litro de vino en el cuerpo. Le metió el brazo por debajo del hombro y le ayudó a llegar al albergue. De vuelta en el metro se preguntaba si tiene más valor esta última acción que el resto del tiempo.
Somos como polillas en verano. A la luz. Nos atonta. Nos embelesa. Y nos damos una y otra vez contra el vidrio. Pif, paf. Por qué vas contra la luz, le pregunta otro insecto. No lo sé. Me atrae. Creo que a veces nos llena más un fogonazo que la constancia. El pelotazo. El minuto de gloria. La experiencia te va diciendo que poco a poco es como se va construyendo algo sólido. La mayor parte del tiempo, en silencio. O con la voz muy bajita. Pero ahí, sin desfallecer. Entonces es cuando estás preparada para el desfile con el Armani.
Feliz fin de semana a todas, todos.
Francisco J. Fernández Ferreras.